“Vas a ver dos óperas en una”, concluyó Christof Loy el 16 de enero durante la presentación de su producción de Eugenio Oneguinde Tchaikovsky, en el Teatro Real. Quedó claro durante el estreno del pasado miércoles 22. Tras la sorprendente pausa a mitad del segundo acto, la escenografía abandonó cualquier narrativa realista y cinematográfica más o menos ambientada en la Rusia decimonónica para sumergirse en la abstracción. La separación precisa de las cortinas para cada escena dio paso a un cuadro continuo frente a una pared blanca con un traje negro que sólo será roto por el rojo sangre y el vestido palabra de honor de Tatiana. Tras el extraño suicidio de Lenski y su posterior resurrección, o la incesante conversión de la polonesa que abre el tercer acto varios años después en un ballet violento y neurótico, no tardaron en escucharse algunos atisbos de protesta entre el público.
Loy arriesga mucho en su segunda producción de Eugenio Oneguintras situarlo hace más de dos décadas en la Rusia estalinista en La Monnaie de Bruselas. Esta nueva propuesta, que se estrenó en Oslo en 2020 e inauguró la última temporada del Liceu de Barcelona, es una reflexión sobre la soledad en dos partes un tanto desequilibradas en su duración. En el primero se muestra el anhelo de soledad de Tatiana en el ambiente doméstico de una casa de campo, desde el inicio de la ópera hasta su fiesta de cumpleaños que abre el segundo acto. La segunda parte ahonda en la destructiva soledad que sufre Onegin tras la muerte de su amigo Lenski en un ambiente opresivo que mezcla sueño y realidad. Aunque la propuesta pueda resultar controvertida, su realización intensifica y actualiza el novedoso drama íntimo y psicológico que presenta Tchaikovsky en esta ópera. Y acabó convenciendo a un sector del público que la vitoreaba, mientras otros abucheaban la aparición del equipo escénico.
La producción cuenta con el apoyo de una espléndida dirección de actores y elenco a la que se suma la sencilla escenografía de Raimund Orfeo Voigt aderezada por el vestuario de Herbert Murauer y la iluminación de Olaf Winter. Loy refuerza el ambiente doméstico, en la primera parte, con siete bailarines representando el servicio de la casa de Larina. Su frescura y desenfreno subrayan el contraste con la melancolía literaria de Tatiana. Y sobresalieron con coros y solistas en conjuntos literalmente llenos, como el vals del segundo acto, brillantemente coreografiado por Andreas Heise. Pero lo que más impresionó fue el preciso retrato de cada uno de los protagonistas, cuyos cantantes parecen encarnaciones ideales, como fue el caso de aquel Onegin algo travieso con pendiente, un Lenski de porte angelical y una escurridiza Olga con su taciturna hermana. Tatiana. Además, la evolución psicológica de cada uno de ellos quedó plasmada en la segunda parte con la única decoración escénica de una pared blanca, casi una seña de identidad escénica de Loy, como vimos en arabella Hace dos años.
Pero la clave del éxito de esta producción de la ópera más famosa de Tchaikovsky reside en la música. Loy ha encontrado en Gustavo Gimeno el socio ideal para dotar de un sólido mortero musical a su propuesta escénica. El director valenciano, que debutó aquí en 2022 con una exitosa producción de el angel de fuegode Prokófiev, y que asumirá en septiembre la dirección musical del Teatro Real, volvió a imponer su precisión, calidad e intensidad desde el foso. Lo vemos desde los primeros compases con ese tema carnoso e insistente de la enamorada Tatiana en los violines, rechazada una y otra vez por la madera, en un gesto musical que vaticina los fracasos amorosos que veremos en la ópera. Su dirección supo dar unidad dramática e impulsar el mosaico de escenas y motivos musicales que componen esta exquisita partitura. No renunció a cargar las tintas en buena armonía con las voces, como pudimos comprobar en su inspirada escena de letras o en el excelente final de la ópera. Y no me olvido de los bailes, como el vals, la polonesa y la danza escocesa, que interpretó con un gesto amplio y elegante.
La gran triunfadora de la noche fue la soprano Kristina Mkhitaryan, en el papel de Tatiana, dentro de un excelente reparto vocal. La cantante rusa brilló en la famosa escena de las letras, donde combinó refinamiento en el fraseo, reguladores exquisitos y poder sísmico en los momentos más intensos. Junto con la escena final, que coronó apuñalando el si alto natural de ¡Proschai Navyek! (¡Adiós para siempre!), fue lo mejor de la noche. El barítono ucraniano Iurii Samoilov compuso en sus monólogos un Onegin cálido y versátil, aunque brilló especialmente en la citada escena final con sus potentes agudos. Su compatriota, el tenor Bogdan Volkov, recibió otra de las ovaciones de la noche por su refinada y expresiva interpretación de la bella aria de Lenski con medias voces de gran categoría.
El mezzosoprano La rusa Victoria Karkacheva asumió el ingrato papel de Olga, con un pequeño arioso como único momento estelar. Y fue un lujo contar con las veteranas Katarina Dalayman y Elena Zilio, respectivamente, en los papeles de Larina y Filípievna. El bajo ruso Maxim Kuzmin-Karavaev volvió a destacar sobre el escenario del Teatro Real con un aria solemne y humana del príncipe Gremin. Y el tenor sevillano Juan Sancho abordó las coplas de Monsieur Triquet con elegancia, pero también con un matiz irónico que Loy reforzó vistiéndole de payaso. La calidad del Coro y Orquesta del Teatro Real fue decisiva, un año más, en otra gran noche de ópera en Madrid.
Eugenio Oneguin
Música Por Piotr Ilich Tchaikovsky. Libreto de Pyotr Ilyich Tchaikovsky y Konstantin Shilovsky basada en la novela homónima en verso de Aleksandr Pushkin. Katarina Dalayman.
Distribución: mezzosoprano (Larina); Kristina Mkhitaryan, soprano (Tatiana); Victoria Karkacheva, mezzosoprano (Olga); Elena Zilio, mezzosoprano (Filípievna); Iurii Samoilov, barítono (Eugene Onegin); Bogdan Volkov, tenor (Lenski); Maxim Kuzmin-Karavaev, bajo (Zaretski/Príncipe Gremin); Frederic Jost, bajo (Capitán); Juan Sancho, tenor (Triquet).
Coro y Orquesta del Teatro Real.
Dirección musical: Gustavo Gimeno. Dirección escénica: Christof Loy.
Teatro Real22 de enero. Hasta el 18 de febrero.