¿Qué pasó este miércoles en el Cívitas MetropolitanaComo comienza Pablo Gil en su crónica, «No fue un concierto, fue una fiesta».
Era uno de esos partidos que sólo Bruce Springsteen y su pandilla son capaces de organizarse. De esos en los que sales del estadio flotando y desorientado como si acabaras de regresar de una especie de viaje astral. De esos en los que la avalancha de endorfinas que explota en tu interior te impide dormir en toda la noche.
Pero ayer también fue una fiesta con cierto sabor a despedida. Al menos, del Bruce de los grandes estadios y los conciertos de cuatro horas a los que sus fans tienen enganchados desde, como es mi caso, más de tres décadas.
Tenía que suceder. Tenía que llegar el día en que nuestro Bruce, tal como nos ha pasado a nuestros padres y a nosotros mismos (ayer salí del estadio caminando como Robocop), comenzara a ser otro Bruce. Otro Bruce igual de sorprendente que nuestro Bruce de siempre, ese que lo da todo en cada concierto y que, como esos pastores americanos que aparecen en las películas, controla como nadie los mecanismos que llevan a sus feligreses al éxtasis en cada una de sus actuaciones. . homilías, pero… Otro bruce. El que cumplirá 75 años el 23 de septiembre.
Un Bruce que anoche hizo un esfuerzo titánico por conservar esa voz que se le rompió tras su concierto en Dublín, obligándole a posponer sus citas en Marsella, Praga y Milán. Un Bruce que ha adaptado un lista de canciones en el que antes no había tregua. Eso, aunque sigue desfilando por la pasarela para dejarse querer por su gente – ¡menos mal que han cambiado esas escaleras demoníacas de la gira del año pasado! – Y regalando ese sugerente balanceo de cadera que se marca en Turno nocturno, mide con precisión cada movimiento. Un Bruce que entrega su guitarra a su fiel escudero en cada cambio de canción. Kevin Buellen lugar de lanzarlo al aire como hacía hasta hace poco.
Es el último que queda en pie… El ultimo hombre en pie. Un Bruce que canta canciones con sabor a despedida y que nos deja, a todos los que crecimos, nos casamos, tuvimos hijos y tratamos de reparar nuestros corazones rotos con su música como banda sonora, con una extraña mezcla de eterna gratitud y tristeza. .
«Ver a Bruce en el escenario con esa fuerza y esas ganas de vivir, no da tanto miedo envejecer», me dijo ayer mi tío Javi con los ojos llenos de lágrimas de la emoción en un momento del concierto. Ver a Bruce… No da nada de miedo…
PD: a veces, la vida te da magia. Gracias, Ana Ibáñez por ese pase dorado que convirtió un viaje en Metro como cualquier otro en un viaje hacia otra noche inolvidable frente a mi Bruce. ¡Deberías haber visto las caras de la gente cuando comencé a gritar después de escuchar tu mensaje!