Aurelio Izquierdo tiene 63 años y desde los 11 conoce perfectamente el quiosco que lo ha visto crecer a él y al barrio. Situado en Lavapiés, entre el parque del Casino de la Reina y el Mercado de San Fernando de Madrid, este lunes 2 de diciembre será el último día en que se abran las puertas metálicas. Más de seis décadas de empresa familiar quedan atrás tras un mensaje que, tristemente, publicó hace una semana: “Te extrañaré. Un abrazo para todos”. El negocio, que antes sustentaba a dos familias, ya no da más.
Apostado en el pequeño escaparate desde el que recoge los pocos periódicos que vende cada día, unos 30, Aurelio sigue saludando con normalidad a los clientes que todavía acuden a este enclave, un lugar de encuentro no oficial donde cada vez se encuentran menos. gente del barrio. “Comencé a ayudar a mi padre a hacer devoluciones. Cuando crecí y conseguí un trabajo a tiempo parcial, venía por las tardes a seguir trabajando con él”, recuerda con cierto tono quejumbroso.
Las cosas han cambiado mucho. Hace años que Aurelio ni siquiera abre por las tardes. “No vale la pena, así que cerré a las 12:30”, dice. “Cuando mi padre se fue, mi hermano y yo quedamos a cargo. No era muy boyante, pero alcanzaba para dos salarios modestos”, recuerda el dueño del quiosco. El negocio siempre ha ido a la baja, por lo que los hermanos decidieron que Aurelio sería quien continuara con él. “Esto es muy esclavo. Estoy abierto los siete días de la semana, todas las mañanas desde las 8:00 am, todos los días festivos”, dice.
No le sucede sólo a él. La venta de prensa callejera ha ido disminuyendo progresivamente. Tanto es así que Aurelio se ha encontrado en una situación insostenible. El cartel que anuncia su marcha, aunque aún le quedan unos meses para jubilarse, ya ha despertado la curiosidad de algunos interesados: “Me preguntan cuánto lo traspasaré, pero me llama la atención que casi nadie se ha interesado en cuanto gana en el quiosco. Les digo que no es buena idea invertir en esto”. El suyo, además, es uno de los pocos quioscos de la capital que aún no se ha dejado llevar por la venta de otros productos que también aportan beneficios, como souvenirs de la ciudad, bebidas, bolsos o bufandas de equipos de fútbol.
Por otro lado, el futuro de los quioscos de Madrid pasará por una renovación de licencias en 2029, cuando caduquen todas ellas. “El ayuntamiento quiere que se apruebe la infraestructura como tal, porque no todos los quioscos son iguales. «Quien entre aquí tendrá que gastarse unos 30.000 euros sólo en un mueble nuevo», vaticina Aurelio, mirando al futuro del negocio.
Unos 500 euros al mes
Son muchos los clientes que se acercan a él y le preguntan sobre su evolución. Se les ve tristes, algo resignados ante la dinámica que va adquiriendo el barrio. “La gente viene aquí todos los días a comprar el periódico. Si un día no viene, nos damos cuenta y al día siguiente le preguntamos qué pasó. “Somos una familia pequeña”, continúa el periodista.
En los buenos tiempos, y Aurelio los conocía bien, muchos de los compradores adquirían hasta dos periódicos, uno de información general y otro de deportes. “Ahora sólo hay dos clientes que hacen eso. La gente lee cada vez menos prensa y mucha menos prensa escrita. Los jóvenes con un poco más de poder adquisitivo se han ido del barrio y los mayores no tienen una pensión que les permita comprar el periódico todos los días», dice el vendedor de periódicos.
Hoy en día sólo vende 30 periódicos cada día laborable, aunque también gana dinero con la publicidad fuera de la tienda. “Éste no ha sido un mal lugar para tener un quiosco, pero ahora lo es. No es un espacio muy transitado, como puede ser la rotonda de Embajadores. Mucha gente viene aquí los domingos a tomar un aperitivo en el Mercado, pero sólo por eso a nadie se le ocurre comprar el periódico”, se queja. En total, los beneficios que aporta el quiosco rondan los 500 euros al mes.
A pesar del revuelo que vive estos últimos días, Aurelio se muestra afable y cansado a partes iguales. “Estos últimos días se me han hecho muy largos. Tengo 63 años y algunas dolencias, y también quiero dejarlo”, reconoce. Este estado, por otra parte, no impide que la nostalgia se apodere de ella: “Parte de mi vida se va. He estado aquí con mi padre, luego con mi hermano… Pero viene el frío y lo mejor es irnos”, afirma sin la menor duda.
Madrid y la agonía de los quioscos
La situación en la capital tampoco es muy alentadora para sus compañeros. Más de 290 quioscos de la ciudad están afiliados a la Asociación de Vendedores de Prensa, con una antigüedad promedio superior a los 50 años. Javier Galindo es el secretario de la organización, vende periódicos en Las Ventas desde 1994 y admite que “estos quioscos no tendrían razón de existir si no fuera por la venta de prensa”.
Aun así, Galindo ve una caída considerable en las ventas. “Ha habido un choque generacional muy grande entre gente algo mayor, que mantiene la rutina de comprar el periódico, y gente joven, que no compra papel”, afirma desde su quiosco. Es uno de los muchos vendedores que sabe que no puede vivir sólo de periódicos. “Lo complementamos con otros artículos como paraguas o libros de literatura, o algunos nos convertimos en puntos de entrega de paquetería y devoluciones de Amazon”, afirma.
El secretario de la Asociación de Vendedores destaca que cada uno de ellos debe leer bien el contexto en el que se encuentra para que el negocio siga siendo fructífero. En su caso, cerca de un colegio, se asegura de tener siempre algún producto atractivo para los más pequeños. En cuanto a la prensa, vende unos 50 periódicos al día y el quiosco le reporta unos 1.200 euros al mes.
Por otro lado, Galindo tampoco se muestra demasiado pesimista. Desde su punto de vista, a veces el colectivo es victimizado. “Sé que estamos pasando por un momento muy complicado y difícil. “Estamos tocados, pero no hundidos”, desarrolla. Y añade: «Quizás dentro de un tiempo la gente se dé cuenta de que informarse a través de las redes sociales es hacerlo de forma muy sesgada y recurra nuevamente a la prensa». En cualquier caso, si eso alguna vez sucede, ya será demasiado tarde para Aurelio. “Quién sabe en qué se convertirá el quiosco de mi vida. Quizás vuelva dentro de un tiempo e incluso desaparezca», concluye.