Mañana sábado comienza la 60ª edición de la Bienal de Venecia. Y, según el discurso elaborado por su comisario -el brasileño Adriano Pedrosa-, el evento artístico más mediático del planeta parece seguir la luz que proyecta el faro de la Documenta 15: una relectura de la praxis artística contemporánea desde puntos de vista externo a la perspectiva euroamericana.
La cuestión que se plantea -antes de cualquier consideración sobre el contenido específico de la Bienal- es saber hasta qué punto tanto la Documenta 15 como el evento veneciano no proponen un marco de reflexión que, en el fondo, ya es perverso e ilegítimo:Realmente se puede articular un discurso reparador para las periferias históricamente invisibles. ¿De los mismos centros de poder que han construido las narrativas hegemónicas que los marginan? O formulado en otros términos: ¿no sería mejor potenciar la capacidad de resonancia de los territorios que queremos compensar para que sea desde ellos -y no desde la vieja Europa- desde donde se enuncien sus historias alternativas?
Fórmulas como las de la actual Bienal de Venecia confirman la reflexión de Noël Caroll sobre la -falsa- condición del arte en la era global: es cierto que cualquier persona nacida en el lugar más remoto del planeta puede hacer arte, pero si quiere hacerse visible tiene que exponer en los mismos centros de poder de siempre: Nueva York, Londres, París, Berlín, Venecia. No hay duda de que las intenciones son buenas, pero, en definitiva, si lo que se quiere criticar es la voracidad de la cultura occidental, Eventos como la Bienal de Venecia no hacen más que -a través de un claro ejercicio de apropiación- contribuir a ese colonialismo.
Contradicciones insuperables a un lado, la curaduría llevada a cabo por Adriano Pedrosa ha tomado como título y hilo conductor el lema “Stranieri Ovunque – Foreigners Everywhere”, extraído de una serie de obras iniciadas por el colectivo Claire Fontaine, establecido en París. Cuestiones como la migración, la xenofobia, el racismo y la descolonización constituyen la agenda urgente e inaplazable sobre la que el mundo del arte debe reflexionar. En sí mismo, este título -“Extranjeros por todas partes”- es todo un acierto, en la medida en que la idea del hogar siempre desigual -pues genera ganadores y perdedores, locales y extranjeros, legales y sin papeles-, mientras que el hecho Ser extranjero en cualquier parte nos iguala a todos desde el prisma más horizontal e inclusivo de todos: el de la no pertenencia, el de la relación de extrañeza con todo lo que nos rodea.
Si bien la Exposición Internacional – alojada como siempre en el Pabellón Central de los Giardini y en el Arsenale – cuenta con la participación de 332 autores, de las 87 naciones que aportan un pabellón a la Bienal – están los ejemplos de España, Líbano, Senegal, etc. .- Abundan en esta evitación de las narrativas hegemónicas occidentales. Como premisa inicial y fundamental, la Bienal se ha centrado en artistas que son ellos mismos extranjeros, inmigrantes, expatriados, diaspóricos, emigrantes, exiliados o refugiados, especialmente aquellos que se han trasladado del Sur Global al Norte Global.
Artistas aislados
Siguiendo un criterio muy similar al de la última Documenta Kassel, se ha invitado a artistas que no habían participado previamente en los programas oficiales de Venecia. Por motivos similares, se han priorizado lenguajes como el performance -que tanto protagonismo ha tenido en los territorios emergentes del arte contemporáneo- y el textil. El empoderamiento de este último es especialmente significativo, ya que, desde los años 1970, se ha convertido en una especie de pancarta para algunos de los principales grupos activistas. Históricamente confinado al ámbito de lo doméstico –y, por tanto, de las mujeres–, el trabajo textil nunca logró subir el escalón que separaba la artesanía del arte. Hoy, sin embargo, tejer y coser ya no constituyen trabajos menores y bastardos, sino técnicas especialmente válidas para la expresión de todo lo que el euroamericanismo ha reprimido a lo largo de la modernidad y la época contemporánea.
Esta edición de la Bienal se presenta como una gran oportunidad para comprobar si la deconstrucción de narrativas maestras es la enésima trampa que tiende Occidente para cosificar las culturas excéntricas, o si todavía existe alguna posibilidad de escapar honestamente del denso entramado. tejido por la mirada euroamericana.