La Comunidad de Madrid lidera un proyecto político para la educación superior cuya estrategia consiste en recortar la financiación a las universidades públicas e impulsar, en paralelo, el crecimiento de las universidades privadas. Actualmente, en Madrid hay seis universidades públicas frente a 13 privadas (con una decimocuarta en fase de aprobación, pese a los informes desfavorables del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades). Este proyecto de privatización de la educación superior se está extendiendo a otras comunidades autónomas gobernadas por el Partido Popular.
Permítanme evocar aquella célebre conferencia que Ortega y Gasset pronunció en el Paraninfo de la Universidad de Madrid en el siglo pasado, en la que destacó las tres misiones fundamentales de la universidad. El primero es brindar a los estudiantes una formación que les permita ejercer una profesión. El segundo es realizar investigaciones con el objetivo de avanzar en el conocimiento, tanto básico como aplicado. El tercero, y más importante, es la transmisión de la cultura y la creación de una comunidad intelectual interdisciplinaria que participe en una reflexión colectiva constante sobre lo que la sociedad, en su conjunto, hace bien o mal. Salvo algunas excepciones que comentaremos más adelante, las universidades privadas sólo cumplen la primera de las tres misiones: la empleabilidad. Es decir, aportan conocimientos y, sobre todo, una titulación útil para conseguir un buen empleo. El hecho de que estas instituciones no fomenten la investigación innovadora ni la transmisión de una cultura interdisciplinaria, crítica y universal (de donde proviene el término universidad) debería hacernos reflexionar sobre los aspectos negativos de la privatización de la educación superior. Pero hay más. El ataque sistemático a la universidad pública refleja una tendencia hacia un modelo neoliberal de educación superior remunerada, elitista y basado en una falsa retórica de meritocracia y libertad, que, en realidad, es sólo la libertad de las clases altas para pagar y garantizar a sus descendientes. un título universitario. ¿Es posible contrarrestar esta tendencia?
Para responder a esta pregunta, resulta útil distinguir entre los distintos tipos de universidades privadas. Por un lado están las universidades. colador, que ofrecen a los Froilanes –es decir, estudiantes de clase alta con un expediente académico deprimente– la oportunidad de obtener un título a cambio de una matrícula a precios exorbitantes. Luego están las universidades privadas. complementario hasta las públicas, que acogen a estudiantes cuya nota EBAU es buena, pero no suficiente para acceder a carreras muy cotizadas en las universidades públicas como, por ejemplo, Medicina o Estudios Internacionales. Estas universidades se benefician del mal funcionamiento de las notas de corte excesivamente altas y de la escasez de plazas para determinadas carreras en el sector público. Finalmente, también hay universidades privadas que se promocionan como marcas. élite, cuyo objetivo a corto plazo es escalar posiciones en el clasificaciones internacional y destacarse en el campo de la investigación. Estas universidades están implementando una política agresiva de contratación de investigadores talentosos y con marcado perfil internacional, ofreciéndoles salarios impensables en las universidades públicas.
Consideremos entonces las posibles respuestas para frenar el crecimiento de diferentes tipos de universidades privadas. Quizás el caso de las universidades colador Es el menos problemático, aunque supone la violación más clara de los principios de la meritocracia, que son precisamente los que los promotores de las universidades privadas defienden con uñas y dientes. En este caso, es fundamental comprobar que estas universidades cumplen los requisitos mínimos para ser reconocidas como universidad, y que no son un simple supermercado al que acudir para obtener títulos universitarios a precios altísimos.
En cuanto a las universidades privadas que he definido como complementario, El problema radica en la nota de acceso a determinadas carreras, que en algunos casos es ridículamente alta, haciéndolas inalcanzables para la mayoría. La solución en este caso sería aumentar el número de plazas para nuevos estudiantes. De esta forma, la nota de ingreso bajaría, más estudiantes ingresarían a las universidades públicas y disminuiría el número de matrículas en este tipo de universidades privadas. Pero esta solución requiere recursos públicos para aumentar el número de grupos de clases, contratar profesores de calidad y mejorar las instalaciones disponibles.
Quizás sea aconsejable centrarse más en universidades privadas que se autodenominan élite y están invirtiendo recursos para posicionarse como centros de investigación internacionales de alto nivel. Estas universidades constituyen el motor del movimiento de privatización de la enseñanza universitaria y pueden debilitar y asestar el golpe final a las universidades públicas, también en el ámbito de la investigación. Actualmente, estas universidades privadas se enfrentan a un problema: sus estudiantes, en general, no tienen un nivel académico muy alto, ya que los centros supuestamente de élite no pueden permitirse actualmente establecer requisitos estrictos de acceso sin perder clientes. Sin embargo, se trata de una situación temporal, y está claro que con su plan de potenciar la investigación, las universidades privadas aspiran a competir progresivamente para conseguir los estudiantes más brillantes. Ante este tipo de ataques a la excelencia de las instituciones públicas, ¿qué se puede hacer?
En primer lugar, la financiación pública, tanto nacional como europea, para la investigación debería dedicarse exclusivamente a los centros públicos. Aunque esta medida pueda parecer radical, en realidad se trata de aplicar el sentido común. Si los investigadores de las universidades privadas reciben fondos públicos, ya sea del plan nacional del Ministerio de Ciencia o de programas europeos, se genera una redistribución regresiva. Es decir, el dinero de los impuestos de los contribuyentes de clase media y baja termina financiando universidades privadas a las que sus hijos nunca podrán acceder. Para que el lector se haga una idea, la matrícula anual de los estudios de grado, por ejemplo, en Relaciones Internacionales o Administración de Empresas, en la universidad privada IE de Madrid asciende a 25.000 euros, lo que suma un total de 100.000 euros por cuatro años. grado. ¿Deberían los ciudadanos financiar la investigación que se lleva a cabo en estos centros privados, considerando que una parte del dinero de los proyectos financiados va directamente a las universidades en forma de costes indirectos? (gastos generales)? Me cuesta entender cómo alguien puede estar a favor de esta transferencia de recursos del sector público al privado, o, dicho de otra manera, de las clases media y baja a la clase alta.
En segundo lugar, las becas postdoctorales financiadas por programas públicos de excelencia deberían asignarse exclusivamente a centros públicos, por la misma razón de evitar la financiación pública de instituciones privadas. De lo contrario, seremos testigos de la paradójica existencia de prestigiosos investigadores postdoctorales que imparten clases de forma gratuita, es decir, financiadas con fondos públicos, en universidades privadas.
Finalmente, los investigadores excelentes de universidades públicas nacionales e internacionales deberían considerar con mucha cautela la posibilidad de colaboración institucional con universidades privadas. La coparticipación en proyectos europeos, la creación de infraestructuras conjuntas o grupos formales de investigación, así como la organización de actividades científicas cofinanciadas implica una legitimación académica que contribuye a blanquear el verdadero objetivo de las universidades privadas: convertir la educación superior en un negocio. Si las universidades son privadas, que lo sean de verdad, sin la ayuda financiera y la legitimación académica del sector público.