En la tipología amplia de ministros que han pasado por gobiernos democráticos, nos faltaba un perfil como el de mostradoco y neanderthal Óscar Puente. Recordamos a ministros despistados, ministros protagonistas de chistes populares y leyendas urbanas, ministros de verso libre y hasta ministros delincuentes. Además, era tradición que en cada gobierno hubiera un ministro pararrayos, el que recibía todos los golpes de la oposición y la prensa, muy útil para que el presidente recibiera algunos menos. A lo que no estamos acostumbrados es a un ministro repartiendo hostias como pan en lugar de dar la cara para recibirlas. Hasta que llegó Óscar Puente, que brilla como un urinario.
Hay que remontarse a los tiempos del vicepresidente Álvarez-Cascos, también llamado “el Doberman”, que marcó una época por su dureza verbal contra el PSOE. Incluso me viene a la mente aquel matón portavoz del Gobierno Aznar que manipulaba y embriagaba sin disimulo en las ruedas de prensa del Consejo de Ministros, mientras amenazaba en secreto a los periodistas. Creo que se llamaba Miguel Ángel Rodríguez (MAR), no sé qué le pasó.