En su catequesis previa a la oración del Ángelus, comentando el Evangelio de la Liturgia, Francisco invita a dejar de lado el orgullo y los deseos de poder y a estar dispuestos a servir porque “el verdadero poder no está en el dominio de los más fuertes, sino en el cuidado de los más débiles”.
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Debemos liberarnos del orgullo y la vanagloria que cierran nuestro corazón y aprender a reconocer el rostro de Jesús en los más débiles, sirviendo con generosidad. Esta fue, en síntesis, la exhortación del Papa Francisco en su discurso previo al rezo mariano del Ángelus de este domingo 22 de septiembre, XXV del Tiempo Ordinario.
Mirando desde la ventana del Palacio Apostólico, frente a los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para escuchar su catequesis y rezar con él la oración a la Madre de Dios, el Obispo de Roma reflexionó sobre el Evangelio de la liturgia (Mc 9,30-37) en el que Jesús anuncia lo que sucederá al final de su vida:
El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres y le matarán; y después de su muerte, al tercer día resucitará.
El que quiera ser el primero, que sea el último de todos.
Refiriéndose al pasaje evangélico, el Papa narra que los discípulos, mientras seguían al Maestro, tenían otras cosas en la cabeza y cuando Jesús les preguntó de qué estaban hablando, “se quedaron en silencio porque discutían sobre quién era el más grande”.
«Mientras Jesús les confiaba el sentido de su vida, ellos hablaban de poder», observa. Y entonces «la vergüenza les cierra la boca, como antes el orgullo les había cerrado el corazón».
Pero Jesús, señala Francisco, responde abiertamente a los discursos susurrados de los discípulos con una frase:
«El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (cf. v. 35).
El verdadero poder: cuidar a los más débiles
“¿Quieres ser grande? Hazte pequeño, ponte al servicio de todos”, exhorta el Papa, destacando cómo el Señor, con una palabra tan sencilla como decisiva, renueva nuestro estilo de vida:
Por eso el Maestro llama a un niño, lo coloca en medio de los discípulos y lo abraza diciendo: «Quien reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe» (v. 37), porque «el niño no tiene poder: tiene necesidad», explica el Santo Padre e indica:
¿Cuánto sufrimiento debido a las luchas de poder?
Francisco nos recuerda que todos “estamos vivos porque hemos sido acogidos, pero el poder nos hace olvidar esta verdad. Entonces nos convertimos en amos, no en siervos, y los primeros que sufren son precisamente los últimos: los pequeños, los débiles, los pobres”.
«Cuando Jesús fue entregado a los hombres, no encontró un abrazo, sino una cruz», observó el Papa. Y, sin embargo, «el Evangelio sigue siendo una palabra viva y llena de esperanza: el que había sido rechazado ha resucitado, ¡es el Señor!».
Listo para servir
El Pontífice concluyó su reflexión invitándonos a plantearnos tres preguntas:
Y finalmente nos invitó a rezar a María, para ser como ella, “libres de vanagloria y dispuestos a servir”.