El Thyssen expone a maestros del Barroco

Viernes, 6 de octubre de 2023, 18:22
Lo que aquí se demuestra, explica la directora Lourdes Moreno, es la historia de «una gran seducción». Es la historia de cómo una Iglesia en decadencia, debilitada como nunca antes por la Reforma Protestante, se rearmó para conectarse con los fieles. Y encontró en el arte la manera más eficaz de hacerlo, con la complicidad de maestros como Velázquez, Ribera, Mena, Murillo, Luca Giordano, Alonso Cano, Martínez Montañés… Todos ellos comparten habitación en uno de los más ambiciosos exposiciones hasta la fecha en el Museo Carmen Thyssen de Málaga. Una potente colección de obras barrocas en las que santos, monjas, ermitaños y frailes son retratados de un modo ferozmente realista, «ferozmente humano», en palabras del poeta Blas de Otero.
La exposición Fieramente Humanes. Retratos de Santidad Barroca se prolonga hasta el 18 de febrero y ofrece una nueva perspectiva de uno de los periodos más brillantes del arte español a través de 35 pinturas y esculturas procedentes de instituciones como el Museo de Bellas Artes de Valencia ( principal colaborador y prestamista), el Museo del Prado, Bellas Artes de Sevilla y la Catedral de Málaga, entre otros.
En el siglo XVII el arte se convirtió en «propaganda de la fe», señala Lourdes Moreno, directora del Museo Carmen Thyssen. En respuesta a las acusaciones de idolatría del protestantismo, el Concilio de Trento reaccionó creyendo que la Iglesia debería ser «icónica y performativa». «El catolicismo de los siglos XVI y XVII es una verdadera celebración basada en lo visual, lo sensorial y lo performativo», continúa. «La relación se produce por imágenes de inmensa belleza, rituales que llenan el calendario de cualquier región mediterránea, y una forma de convivir con la religión que se aleja de lo racional y filosófico y lo acerca a lo emocional». El estilo barroco acentúa todos estos aspectos.
Los artistas se inspiraron para las pinturas en «gente común, humilde y con la que se puede identificarse».
La máxima expresión de este tipo de pintura naturalista se puede ver en los retratos de personajes religiosos fallecidos en estado de santidad, como el magistral retrato de Simón de Rojas en su lecho de muerte realizado por Diego Velázquez, o el cuadro anónimo El Hermano Lucas Texero. Ante el Cadaver de Bernardino de Obregón (El hermano Lucas Texero ante el cadáver de Bernardino de Obregón), cedido por el Museo del Prado.
La Iglesia se dio cuenta de que pintar de manera tan realista «despierta emociones más fuertes en el observador» que cualquier otra forma de expresión. Y nada sacude más al creyente que el martirio de Jesucristo. Pablo González, director del Museo de Bellas Artes de Valencia y comisario de la exposición, llama la atención sobre el conjunto escultórico de Pedro Mena: un Ecce Homo cubierto de sangre y heridas, con una Virgen María dolorosa a su lado. No se trata sólo de ser conscientes del dolor de Cristo, sino que también el rostro surcado de lágrimas de María sirve de ejemplo «de cómo reaccionar ante la imagen del que sufre».
Este método se aplica luego a la representación de los santos. Cuadros como La Crucifixión de San Pedro de Luigi Amidani, con los gestos de dolor de quienes rodean su cruz invertida, y especialmente El Abrazo de San Francisco de Asís con el Crucificado, donde Francisco Ribalta expresa en un cuadro la profunda virtud del santo. mostrando a Cristo siendo quitado de la cruz.
En aquel momento, España se encontraba bajo el reinado de los Habsburgo, una dinastía fervientemente católica que basaba la riqueza de la monarquía en el número de santos que tenía. En el siglo XVII fueron canonizados hasta 15 santos. El Barroco los retrata sufriendo, en algunos casos en medio del martirio, invitando al espectador a acompañarlos en ese dolor. Están San Pablo Ermitaño y Santa María de Egipto de Ribera. «No nos miran, apartan la mirada del cuadro porque ven la divinidad que quieren imitar», explica el comisario.
San Bartolomé (de Luca Giordano), San Jerónimo Penitente (de Francisco de Herrera El Viejo), San Onofre (de José de Ribera), San Sebastián (de Francisco Ribalta), San Francisco de Borja (de Alonso Cano) y San Pedro (de Murillo) son retratados aquí como humanos comunes y corrientes afligidos por diversas circunstancias de la vida. De hecho, como recuerda Moreno, los artistas se inspiraron en «gente común, humilde y con la que se puede identificarse».
Obras contrastantes
La exposición se completa con tres piezas contrastadas que rompen el orden cronológico pero mantienen la narrativa. Tres pinturas del siglo XX demuestran la naturaleza perdurable del estilo representacional que se originó hace 450 años. Junto a Santa Teresa de Jesús de Ribera, el Thyssen la contrasta con El Patio de las Tentaciones del Equipo Crónica, con todo su peso irónico y crítico, pero compartiendo una composición y un objetivo similar (impactar). La interpretación surrealista de la Crucifixión de Antonio Saura se enfrenta al realista Cristo en la Cruz de Pereda, pero ambos comparten las mismas reglas básicas. En una pared adyacente, inquieta la mirada del Místico pintado por Darío Villalba en los años 1970. Cuatro siglos separan estas obras, pero persiste la misma emoción.