SEsto ocurre siempre cuando se desconoce una realidad: las lecturas y conclusiones sobre su visualización son absolutamente irreales. No tendría gran importancia si esta irrealidad fuera pueril o infantil, pero sí es importante cuando lo que se cuenta sobre esta realidad es una perversión de la misma desde los cuatro puntos cardinales. Casi todo lo que se ha dicho sobre “Tardes de soledad”, salvo algunas reflexiones de su director Alberto Serra, Forman un conjunto de locura mental de tal magnitud que dislocan y contaminan la propia película como obra que pretende ser arte, y su contenido, la tauromaquia y el torero. Rey del rock.
Cuando Spielberg filmó “Salvando al soldado Ryan” (1998) logró, por primera vez, dar vida al detalle de la sangre, de la herida, del efecto de las heridas, de la barbarie y la crueldad de la guerra cuadro por cuadro, donde la bala que entra al agua en la playa tiene ese recorrido que evita o incluso choca con pedazos de cuerpos humanos o cuerpos enteros. Un muerto con el cuerpo incompleto mecido por las ondas de luz de un agua que es roja. Realismo absoluto. En esa estela de mostrar la brutalidad cotidiana de la guerra se «1917” (Sam Mendes2020) mucho más allá del plano secuencia, o «Dunkerque” (Christopher Nolan, (2017). Verla estremece, encoge, revuelve el estómago. Pero es cine. Y su virtud es que, siendo cine, el espectador se ve envuelto por una angustia de realidad. Pero es cine. No es verdad. Ni siquiera sabemos si sucedió así.
Lo dijimos en el editorial anterior sobre Tardes de Soledad. El espectador de la Festival de Cine de San Sebastián No iban a ver una película realizada con la metodología del cine en el sentido de grabación. Iban a ver la grabación en directo de una realidad en la que no es posible una segunda toma, una falsificación, una puesta en escena, una imitación o un efecto especial. La sangre es sangre real. La sangre real es real. Spielberg No lo es. También dijimos que teníamos dudas sobre si Alberto Serra Iba a poner una lupa sobre esa realidad. Una realidad que se visualiza con distintos planos, según la ubicación que ocupe un espectador real. Porque en una corrida de toros lo que Serra El registro y la exposición son reales para los ojos. Con un matiz. El espectador en el lugar Un torero no tiene en sus ojos una óptica de acercarse o alejarse de la sangre, sino que es su posición en el ruedo la que le aleja o le acerca a esa imagen real. Un matiz interesante. Vital para cualquier conclusión.
En la película de Serra Es la óptica de aproximación al plano al que el ojo humano nunca puede aproximarse, la que nos acerca a esa brutalidad hasta en detalles insospechados.
Porque en la película Serra Es la aproximación óptica al plano al que el ojo humano nunca puede acercarse, lo que nos acerca a esa brutalidad hasta el detalle insospechado. Es una película de aproximación óptica obsesiva, produciendo un hiperrealismo que, aun siendo real, deja fuera de la vista del espectador el contexto. El del cuerpo entero, del toro y del torero. El del público, el toro y el torero. Y más aún el porqué, las razones externas e íntimas de ese plano de supra realidad. Esta era otra de las dudas que planteábamos en el editorial anterior. Porque la metodología de grabación se hace en función de un fin: escandalizar, impactar, sorprender. No sólo lo ha conseguido, sino que también ha “Tardes de soledad”, cuya narrativa tiene una estética impecable, puede muy bien haber conmovido a la crítica, a los intelectuales, a la gente del cine, pero no ha transmitido la cruda realidad de la tauromaquia. Y la realidad es, siempre, cruda. Una lupa sobre Las Meninas de Velázquez hace de Las Meninas algo diferente.
En cumplimiento de Serra, cuyo fin personal o artístico es tan legítimo como discutible, hay que decir que la capacidad de escándalo en el supuesto mundo del arte (cine) aún existe. Lamentablemente, la supuesta intelectualidad del arte del cine se ve escandalizada por Tardes de soledad Se nota su falta de intelectualidad, su cultura de salón y su profundo desconocimiento de una realidad que le rodea, le guste o no, la taurina. Los restaurantes de Donosti están llenos de esta élite cultural escandalizada comiendo y cenando las deliciosas carnes rojas que ofrece la gastronomía donostiarra junto a una servilleta que limpia, mientras deploran con su escándalo aspectos del contenido de la película. No de la película.
Quizá algunos de esos opinadores dueños de la verdad cultural oficial del cine se hayan cortado por la mañana mientras se afeitaban o en la punta de un dedo al pasar la página de un libro (lo primero es más probable) y hayan observado su sangre sin horror, pero con una mala expresión: mancha. No hay miedo a la muerte, pero mancha. Eso que mancha somos cada uno de nosotros. Mancha porque es sangre. Ergo, manchamos. La tauromaquia tiene esa parte visual de lo que mancha que se llama sangre. Pero no para ser registrada con la lupa de una óptica multiaproximación. La gota de sangre derramada en un ruedo tiene la misma naturalidad que la que cae cuando nos corta, matándonos. La misma. Con la diferencia de su finalidad y su porqué y su cantidad, claro. En la tauromaquia, la sangre tiene la finalidad del ritual, del arte, de la continuidad de una actividad tan humana y tan real como el dolor, la alegría, la pena, el drama, la poesía, el miedo o… la muerte. Sí, la muerte.
El miedo a los toros tiene una cualidad especial que no se puede escenificar. La forma, el modo, los lugares, las reiteraciones de Rey del rock persignarse, no se puede escenificar
El miedo a Tom Hanks en “Salvando al soldado Ryan” Es ficticio. Nunca desembarcó en la playa de Omaha bajo el fuego alemán. El miedo de todo actor que haya interpretado el papel de un torero es ficticio. Pero, además, el miedo a las corridas de toros tiene una cualidad especial que no se puede escenificar. La forma, el modo, los lugares, las reiteraciones de Rey del rock El persignarse no se puede poner en escena. Nunca será creíble ni siquiera aunque lo pongan en escena los mejores actores. No es creíble. Resulta un tanto decepcionante que los comentaristas de la película no salgan de la sala hablando de esas cuestiones narrativas, artísticas e incluso emocionales de la historia interna de la tauromaquia, que son o deberían ser la base de la película. La poderosa razón de ser de la sangre. Sólo hablan del carácter aterrador y conmovedor de la película.
Por supuesto. Un hospital es aterrador y perturbador. Pero la realidad del corte, de la sutura, del salpicadero de sangre en urgencias, del brazo colgando de un hilo o de las tripas colgando, jamás será filmada. Leer esta descripción cuenta, pero es nuestra vida cotidiana. Hay días por profesión, por casualidad, por accidente, por muchas cosas. Y hay sangre todos los días en función de un ritual, de una expresión, de una fe, de unos valores y de un arte. La tauromaquia. Y, no lo olvidemos, que la sangre es escandalosamente eficaz, pero no el único síntoma de muerte. En este país culto y desarrollado del cine y de las verdades oficiales del cine, la causa de muerte no accidental más frecuente es el suicidio. Sin sangre. Unos 4.500 al año. 1,9 por hora.Hay películas sobre el suicidio. Pocas. Es un tema que incomoda a la gente y que siempre acaba bajo la alfombra cuando llega el momento de limpiar.
Te recomendamos una película de Florian Zeller (El hijo, 2022), nada hiperrealista sino más bien una visión desde el punto de vista interior individual de un depresivo que soporta la profunda incomprensión de su lucha interna por parte de quienes lo rodean. La causa final del suicidio de un depresivo no es el motivo de su depresión, sino la profunda incomprensión de quienes lo rodean (Esa cierta depresión del toreo, digámoslo de manera literaria, tiene la misma causa de incomprensión). Alberto Serra Podría producir una película hiperrealista con la lupa de la óptica narrativa utilizada para “Tardes de soledad”, Nadie se sorprendería. Ganó la Concha de Oro. Un éxito. Por la sencilla razón de que no hay sangre, no se graba sangre, nadie en una sala de cine se mancha de sangre.