Las elecciones europeas de junio confirmaron que los sondeos no se habían equivocado sobre el ascenso de la ultraderecha en Austria. El Partido de la Libertad (FPÖ) ganó con un estrecho 25,4%, a solo un punto de los democristianos (ÖVP), pero pudo celebrar su primera victoria a nivel nacional en unos comicios. El FPÖ, que ya ha participado en varios gobiernos austriacos en las últimas décadas, aunque sin liderarlos, se sumó así al ascenso en la UE de partidos afines en Alemania, Francia, Italia y Países Bajos. El próximo domingo pretende repetir este éxito en las elecciones parlamentarias en Austria y ganarlas por primera vez después de casi dos años de liderar constantemente los sondeos, que ahora pronostican alrededor del 27% de los votos. El candidato al puesto es Herbert Kickl, un dirigente cuyo modelo a seguir, sobre todo en política migratoria, es el ultranacionalista húngaro Viktor Orbán, un constante quebradero de cabeza para Bruselas.
Los conservadores, que en su día fueron poderosos, pisan ahora los talones a los ultras con un 25% de los votos. Como no se esperan mayorías absolutas, algo habitual en la república alpina, el resultado obligará a los partidos a negociar un gobierno de coalición. Los socialistas, los verdes y los liberales también están en la lista de opciones.
El FPÖ, euroescéptico y con una postura muy dura contra la inmigración y el asilo, que vincula con frecuencia a la delincuencia y el terrorismo, ha logrado recuperarse del retroceso de 2019, cuando se quedó con el 16,2% tras la llamada Caso Ibiza. La publicación de un vídeo grabado con cámara oculta en la isla balear del entonces líder de la ultraderecha, Heinz-Christian Strache, en el que se le pillaba ofreciendo contratos y hablando de financiación irregular del partido con un falso oligarca ruso, acabó con la participación del FPÖ en el primer Gobierno del conservador Sebastian Kurz y con su descalabro en las urnas. Con Kickl, la ultraderecha ha vuelto a dar pasos adelante, avivando no solo las críticas al asilo, sino también al control gubernamental de la pandemia y a la presión para vacunarse, o a las medidas para combatir el cambio climático. Los partidos tradicionales -conservadores y socialistas del SPÖ-, dominantes durante décadas, han seguido erosionándose en parte.
“La cuestión es si una victoria del FPÖ realmente cambiará algo. Eso sólo ocurriría si encuentra un socio de coalición que también quiera convertir a Kickl en canciller, lo que no parece ser el caso en este momento. Su mejor resultado se produjo en 1999 (26,9%), lo que demuestra que no es el FPÖ el que ha mejorado tanto, sino el ÖVP y el SPÖ los que han perdido muchos votos”, comenta por teléfono Kathrin Stainer-Hämmerle, politóloga y profesora de la Escuela de Ciencias Aplicadas de la Universidad de Carintia. No obstante, el FPÖ ha conseguido posicionar sus propuestas entre un electorado descontento con el Gobierno conservador y verde.
Los Verdes piden que se levante un “muro” contra la extrema derecha, los socialistas y liberales también se oponen firmemente al agresivo y mordaz Kickl, y el canciller cristianodemócrata Karl Nehammer lo considera una “amenaza para la seguridad” del país. Sin embargo, el líder del ÖVP no cierra del todo la puerta a la colaboración con la extrema derecha y ha declarado en repetidas ocasiones durante la campaña que cree que hay “gente razonable” en el partido.
Sin cordón sanitario
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En Austria (unos nueve millones de habitantes) no hay cordón sanitario como en Francia o Alemania. La ultraderecha está en el Parlamento desde poco después de la Segunda Guerra Mundial, tiene concejales en ayuntamientos y algunos alcaldes, y está ahora en tres gobiernos regionales encabezados por conservadores. A nivel nacional, su participación en ejecutivos ha acabado en fracaso, la última vez con Strache y antes con su histórico líder Jörg Haider (fallecido en un accidente de tráfico en 2008), en un pacto en 2000 también con el PP que costó al país meses de ostracismo en una UE entonces escandalizada por el radicalismo del FPÖ y acabó con la ultraderecha escindiéndose del partido.
Austria cierra con graves inundaciones por tormenta Boris —que ha causado cinco muertos— una legislatura sacudida no solo por la pandemia, la crisis energética provocada por la guerra en Ucrania y la inflación, sino también por escándalos políticos y sospechas de corrupción que han afectado especialmente al ÖVP.
El Gobierno del Partido Popular Austríaco en coalición con los Verdes ha tenido tres cancilleres en cinco años. Comenzó en enero de 2020 con Sebastian Kurz, quien fue elevado al puesto de canciller de la República Federal de Alemania. Niño prodigio (niño prodigio en alemán) de la política por su juventud y rápido ascenso -encabezó su primer Gobierno con 31 años-, pero tuvo que poner fin abruptamente a su carrera y dimitir en octubre de 2021 presionado por los Verdes después de que el Ministerio Público abriera una investigación por corrupción en su contra.
En su lugar entró Alexander Schallenberg, entonces ministro de Exteriores, pero el partido sólo lo conservó unos meses antes de dejar paso a Nehammer, que no ha conseguido superar el continuo declive de los últimos años y ha agotado una legislatura con varias crisis con los Verdes, enfrentados ideológicamente pero pragmáticos a la hora de avanzar en su agenda medioambiental como socio minoritario. Ambos muestran signos de desgaste (el ÖVP perdería más de 12 puntos y los Verdes, seis).
“Los partidos gobernantes están siendo penalizados en todas partes. La cuestión de la inmigración, el miedo al futuro y la fatiga ante los cambios en la sociedad crean un ambiente favorable para los partidos populistas”, dice Stainer-Hämmerle, “que prometen soluciones simples y polarizan”. “El problema principal es que el ÖVP y el SPÖ están lejos de su capacidad anterior para retener a sus votantes”. En su apogeo, ambos partidos rondaban entre el 30 y el 40 por ciento de los votos.
Mientras los conservadores siguen a la espera de los procesos judiciales que involucran a Kurz y de casos de corrupción a distintos niveles, los socialistas siguen luchando por resolver una crisis de liderazgo que lleva años en marcha y que proyecta una imagen de tropiezos internos y desunión. Su actual líder, Andreas Babler, del sector más izquierdista del SPÖ, se sitúa en tercera posición en los sondeos, con alrededor del 21% de apoyos, un resultado similar al de 2019. Los Verdes intentan mantener su posición como posible socio de Gobierno, pero caen al 8% de intención de voto, mientras que los liberales de Neos subirían dos puntos hasta el 10% y cortejan abiertamente a los democristianos para participar por primera vez en el Gobierno.
Con las inundaciones, cuyas consecuencias siguen afectando a muchas localidades y a la red ferroviaria, la campaña quedó en suspenso hasta esta semana, pero todos los partidos han intentado sumar puntos ante la ciudadanía. No ha habido fotos de dirigentes calzando botas de agua en mitad del desastre, pero Nehammer ha proporcionado a los medios imágenes suyas en gabinetes de crisis y el anuncio de una lluvia de millones en ayudas que tensarán las finanzas en una economía en recesión; el socialista Babler se ha arremangado para ayudar en las calles de Traiskirchen, donde es alcalde; y Los Verdes han aprovechado para volver a poner en la agenda la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Kickl, por su parte, vestido con una camisa de leñador, ha agradecido en retransmisiones digitales el trabajo de los bomberos y los equipos de emergencia.
Con los números de las encuestas a pocos días de las elecciones, las opciones están abiertas para una nueva Ejecutiva del Partido Popular y la ultraderecha, con la incógnita de quién cruzará antes la meta y el futuro papel de Kickl, que pretende coronarse como Canciller Popular, Canciller del Pueblo, un término con tintes nazis. Para impedirle entrar en el gobierno sería necesaria una coalición tripartita, con el Partido Popular y los socialistas, junto con uno de los partidos más pequeños, los Verdes o los Liberales.