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@Montagut5 | La Dictadura de Primo de Rivera fue el primer ejercicio práctico del populismo en nuestro país, como nos ha quedado demostrado recientemente. alejandro quiroga en su biografía, Miguel Primo de Rivera. Dictadura, populismo y nación, editado por Crítica. El populismo tiene como uno de sus argumentos básicos la supuesta maldad de la política y de los políticos que sólo buscarían su propio beneficio en detrimento del pueblo, discurso que se aplicó a la crisis del régimen constitucional de la Restauración, presentando como solución la alternativa autoritaria, con el conocido lema de “menos política y más administración”.
En este contexto queremos conocer la visión socialista en aquel momento, precisamente del golpe de Estado de prima de riveraen relación con la política, dada su tradicional defensa de la misma, del ejercicio político, máxime desde que se aprobó el sufragio universal en 1890, y pese a la corrupción electoral imperante.
Dos semanas después de ocurrido el golpe, en el número del 2 de octubre de 1923, el periódico El socialista Publicó una columna con el significativo título de “La política, los políticos y sus detractores”.
La política no era el arte de robar a la gente, como comúnmente se decía, sino el arte de administrar y gobernar a la gente.
El periódico explicó que, precisamente en ese momento en el que no se podía hablar de política, obviamente, añadiríamos, debido a la instauración de un régimen dictatorial, se quería defender la idea de que había que prestar mucha atención a lo que se decía sobre el individuo. Hasta entonces los únicos que hablaban mal de política habían sido los anarquistas, pero ahora eran todos. El término “político” se había vuelto más despreciable que el de ladrón porque la Administración había estado protegiendo los intereses creados de ambas partes, desdeñando el interés colectivo. Pero esta realidad podría traer graves daños al progreso de los pueblos.
Sin política la Humanidad no podría vivir, porque para progresar sus miembros debían asociarse para vivir y progresar, es decir, debían crear intereses colectivos. Ni el hombre individual ni la familia podían satisfacerse porque por encima del interés del hogar estaba el interés público, es decir, de todos, y que era tan necesario cuidar como el individuo. Las relaciones sociales y los intereses que éstas creaban debían ser atendidos por alguien en nombre de otros, es decir, por representantes, añadiríamos.
La política no era el arte de robar a la gente, como comúnmente se decía, sino el arte de administrar y gobernar a la gente. Por eso se puede y se debe criticar a los gobiernos y a los hombres públicos, así como recompensar sus acciones, cuando corresponda, pero no se puede prescindir de los gobiernos ni de los políticos.
Los detractores de la política, en muchas ocasiones, buscaron encubrir sus propias corrupciones.
Los socialistas temían que las críticas que se hacían en aquel momento propagaran aún más el apoliticismo, considerado pernicioso porque permitía que los “malos” se aprovecharan de él y las clases privilegiadas se beneficiaran.
Era necesario combatir a los políticos que buscaban su beneficio en el ejercicio público, que lo utilizaban para beneficio personal porque esa crítica estaba en beneficio de la comunidad, pero sembrar escepticismo en las masas hacia la política era un crimen. La política ejercida con honestidad era una “función digna”.
Los detractores de la política, en muchas ocasiones, buscaron encubrir sus propias corrupciones. La política debía realizarse en un régimen de plena democracia, con libertades, porque era la única manera de forjar el espíritu público. En ese sistema, los ciudadanos, en pleno uso de sus derechos, aprendieron a seleccionar a los hombres que debían gobernar. El régimen más inmoral y pernicioso fue el del silencio. Hubo muchos enemigos de las críticas y de los discursos porque temían no poder hacer su voluntad o que sus inmoralidades fueran descubiertas.