La presión de Hezbolá extiende la guerra psicológica en Israel | Internacional

Como si se tratase de un trampantojo improvisado para distraer de la cruda realidad, varios trabajadores extendieron una enorme y flamante bandera israelí sobre la fachada de una casa que resultó muy dañada por un misil la mañana del domingo. Con ella, disimularon parcialmente los impactos de la metralla y el gran agujero que se había abierto en una de las habitaciones de la vivienda. “El sábado por la noche, mi hija me llamó, preocupada por el anuncio del peligro de atentados, y dormí en la habitación segura”, explica Zehava, de 74 años, sentada en una silla en la acera a unos metros de su casa en Kiryat Bialik, justo delante de donde ondea al viento la bandera que camufla los destrozos. Tras una angustiosa velada en esta especie de búnker, habitual en muchos edificios israelíes, un fuerte estruendo la sobresaltó sobre las seis y media de la mañana. Justo delante, en mitad de la calle, impactó el proyectil. Cuenta la historia, sana y salva, con cierta emoción y un dejo de lágrimas que iluminan los ojos de esta mujer que emigró de Rumania en 1963. Al entrar en el lugar con tanta destrucción, se sorprende de que no haya habido muertos.

“Llevamos casi un año sobreviviendo como podemos”, añade Joseph, de 50 años, uno de los hijos de Zehava, que ha acudido a toda prisa desde Jerusalén a Kiryat Bialik para verla. Esta localidad está situada junto a Haifa, en el noroeste del país. Describe un ambiente de tensión y ansiedad sin precedentes, pese a que han crecido “en este ambiente bélico, bajo la amenaza del Líbano. Es como esa gente que vive en una zona donde los terremotos son frecuentes”, describe.

Un flujo constante de advertencias de diversos medios de comunicación, alarmas y amenazas de ataques, especialmente desde el norte, conforman esta guerra psicológica anclada en la vida cotidiana. Los 60.000 habitantes evacuados de la zona fronteriza forman parte de ella, entiende el teniente coronel Yarden (que pide que no se publique su apellido), reservista desplegado desde el 7 de octubre en el sector occidental de la línea divisoria con Líbano, durante una conversación en línea Con varios periodistas. Como otros miembros del ejército y también del gobierno, repite como un mantra que el regreso de estos habitantes a sus hogares es una condición innegociable para la estabilidad de Israel.

Es un gran lastre que los 10 millones de israelíes hayan quedado divididos por la guerra como si les hubiera dado un hachazo, la mitad de un lado, la mitad del otro, afirma en conversación telefónica el profesor Amazia Baram, del Departamento de Estudios Islámicos y de Oriente Próximo de la Universidad de Haifa. Hay un 50% que está a favor de un acuerdo de alto el fuego en Gaza que incluya el intercambio de rehenes por prisioneros palestinos y, como mínimo, la retirada de las tropas de distintas zonas de la Franja. “Soy partidaria de una retirada completa”, subraya. Y eso, añade, pondría fin a los ataques de Hezbolá, que dispara en solidaridad con Hamás y Gaza. Pero hay otro 50%, donde el profesor enmarca la tesis del primer ministro, Benjamín Netanyahu, que “no está dispuesto a hacer concesiones, ni a defender el alto el fuego, ni a una salida de los rehenes a cambio de prisioneros”. “Creo que mi visión de la disputa es correcta, porque liberar a los rehenes es un deber moral. “Tenemos que sacarlos porque el Estado de Israel los traicionó”, argumenta Baram.

En ningún momento desde que comenzó la actual guerra el 7 de octubre se ha puesto en tela de juicio la superioridad militar de Israel, pese a tener varios frentes abiertos, sostiene Yarden. Los principales están en Gaza y en la frontera con Líbano. Tras la masacre liderada por Hamás aquel día hace casi un año, en la que murieron unas 1.200 personas y 250 fueron secuestradas, los enemigos del Estado judío, con el régimen de Teherán como patrocinador, han buscado infligir el mayor daño posible, espoleados sobre todo por el creciente número de muertos -más de 41.000 hoy- que la ofensiva israelí ha dejado en la Franja Palestina.

Algunos ejemplos: unos 300 proyectiles iraníes sobrevolaron Israel el 13 de abril en respuesta a varios asesinatos en su consulado de Damasco; un dron lanzado desde Yemen por la guerrilla hutí impactó un edificio en Tel Aviv el 19 de julio en apoyo a Hamás; un misil lanzado por esos mismos rebeldes cayó cerca del aeropuerto Ben-Gurion el 15 de septiembre; y este domingo, uno de los casi 100 misiles disparados desde Líbano por Hezbolá impactó en la citada zona residencial de Kiryat Bielik, cerca de Haifa, en respuesta a los intensos ataques a lo largo de la semana sobre territorio libanés.

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En todos estos casos, pese al enorme despliegue de armamento en las ofensivas, sólo murió una persona: un civil que se encontraba en la casa donde impactó el dron en julio. El teniente coronel Yarden lo atribuye a la efectividad del 90% del sistema antiaéreo de tres niveles, el último de los cuales, el más bajo, está formado por un escudo llamado Cúpula de Hierro. Este sistema es “lo que permite que el país siga funcionando”, asegura. Además, el país está dividido en unas 2.000 zonas que permiten a los responsables militares separar las alertas por barrios para que, en caso de que se acerque un misil, puedan avisar sólo a los habitantes del lugar hacia donde se dirige y el resto “pueda seguir con su vida”.

La gran mayoría de los cohetes lanzados por Hezbolá en la madrugada del domingo fueron interceptados, según las autoridades locales, con excepción del que alcanzó a Kiryat Bialik y el que cayó en una granja de un pueblo cercano a Nazaret. Los combates en el norte han causado una cincuentena de muertos civiles y militares del lado israelí desde el 7 de octubre.

Pero eso no significa que estos ataques no estén influyendo en el curso del conflicto y, sobre todo, en la vida cotidiana de los 10 millones de israelíes que están sometidos a esta guerra psicológica permanente. Tel Aviv, Haifa y Ben-Gurion son tres bastiones de la seguridad israelí, situados en las zonas más pobladas del país.

Desde hace casi un año, en medio de incesantes amenazas y conmociones, los israelíes viven con la atención puesta en Gaza y la frontera norte con Líbano; con la atención puesta en las declaraciones de sus militares y políticos, con el Primer Ministro Benjamin Netanyahu a la cabeza; y viven también con la atención puesta en los anuncios de los medios de comunicación y las redes sociales. No hay día en que no suenen las alarmas y decenas de miles de desplazados tanto del norte como de las zonas aledañas de Gaza se distribuyan por todo el país. Su regreso a casa sigue siendo un misterio.

Netanyahu ha intentado mostrarse firme tras los ataques del domingo desde el Líbano: “Si Hezbolá no ha captado el mensaje, les prometo que lo captará”. Pero el debate sobre si estallará una guerra de alta intensidad entre Israel y el partido-milicia libanés sigue siendo un misterio que atenaza al país.