Editorial
El intento de asesinato de Robert Fico es el ejemplo más grave del creciente clima de violencia que puede acabar amenazando la disidencia pacífica en el continente.
El ataque contra el Primer Ministro eslovaco constituye un hecho de extraordinaria relevancia para la política europea. El hecho, en sí mismo, es marcadamente grave ya que la supervivencia de Robert Fico, en este momento, no está garantizada. Nuestro continente tiene una larga y traumática historia de asesinatos, desde el atentado contra el archiduque Francisco Fernando de Austria, que desencadenó la Primera Guerra Mundial, hasta el asesinato de Olof Palme en 1986. En España, el terrorismo de ETA acabó con la vida de numerosos políticos y El intento de asesinato del expresidente José María Aznar, cuando era jefe de la oposición, nos muestra que ninguna democracia es inmune a la tentación de la violencia.
Los disparos que hirieron a Fico no son un mero hecho casual y se han producido en un contexto de creciente tensión en la política eslovaca. Una situación de tensión que, lamentablemente, no es desconocida en otras partes de Europa. En Alemania, el eurodiputado socialdemócrata Matthias Ecke fue atacado hace unas semanas, al igual que la teniente de alcalde de Berlín, Franziska Giffey. No son los únicos políticos que han sufrido violencia e intimidación y la escalada de ataques nos advierte del riesgo de potencial desestabilización al que está sometida la convivencia pacífica en el continente.
La violencia nunca ocurre de manera abrupta. Los ataques físicos representan el extremo material de una ruptura de los valores comunes y democráticos. Si es tan difícil impedirlo es porque suele ocurrir en un clima de confrontación que no es ajeno a España. En nuestro país, además de los años plúmbeos del terrorismo de ETA, hemos sido testigos de un atentado contra el expresidente Mariano Rajoy y un hombre cumple condena por haber intentado planificar un atentado contra el presidente Sánchez. También hemos visto cómo se han producido escraches inaceptables en hogares como los de Soraya Sáenz de Santamaría o Pablo Iglesias e Irene Montero. Otros políticos como Cristina Cifuentes han sido víctimas de humillaciones y las circunstancias de acoso e intimidación han superado durante mucho tiempo los límites de lo tolerable. Partidos como Ciudadanos o Vox han sufrido insultos, amenazas e incluso ataques con piedras y objetos arrojados y en las últimas fiestas de Bilbao se imprimieron vallas publicitarias con la cara de Santiago Abascal con un simulacro de tiro en la cabeza.
Las consecuencias del atentado contra la vida de Robert Fico son aún impredecibles. Su perfil prorruso y su manera populista demuestran la complejidad de nuestra circunstancia política, ya que los políticos que desafían los estándares y el consenso europeos no son sólo elementos desestabilizadores. Ellos mismos pueden convertirse en víctimas y para este tipo de agresión no es seguro que tengamos una historia consistente. Los demócratas de todas las ideologías deben denunciar el aumento de la polarización y comenzar a actuar como agentes proactivos en la reconstrucción de la normalidad y el establecimiento de formas ordenadas de disensión. La coexistencia pacífica o los estándares liberales nunca están garantizados. La frágil condición de la democracia requiere activar una conciencia que no se agote en criticar al adversario, sino que priorice la responsabilidad que todos tenemos en la reconstrucción de la amistad civil. Desafortunadamente, la historia nos ha demostrado que las comunidades políticas no son conscientes del riesgo que corren hasta que la división llega a un punto sin retorno.
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