El 29 de octubre de 2024, la Comunitat Valenciana sufrió una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos), un fenómeno atmosférico que desató lluvias torrenciales que provocaron el desbordamiento de barrancos y barrancos, e inundaron numerosas localidades de la comarca de Horta Sur. de Valencia. El número de víctimas y la extensión de la zona afectada sitúan esta catástrofe como una de las peores consecuencias registradas desde que existen registros meteorológicos en España.
Ante una catástrofe de estas dimensiones, es común buscar explicaciones inmediatas. La primera interpretación que suele surgir es la de excepcionalidad: hemos sido testigos de un hecho sin precedentes, difícil o imposible de predecir. Hoy en día esta explicación suele ir acompañada de otra: la amplificación de estos fenómenos como consecuencia del calentamiento global. Sin embargo, independientemente de la posible atribución del evento al cambio climático, cabe plantearse varias preguntas: ¿fue realmente un evento sin precedentes?; ¿Qué datos tenemos que nos permitan calibrar la magnitud del evento? Para ello, conviene mirar atrás y explorar el archivo instrumental y documental, de modo que la comparación de este acontecimiento con otros del pasado nos ayude a discernir el grado de excepcionalidad que se le puede atribuir.
El pasado 29 de octubre, el pluviómetro Turís, de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), acumuló 771,8 litros por metro cuadrado (l/m²) de lluvia, uno de los valores más altos jamás registrados en el país, aunque no el más alto en 24 horas. En cuanto a la intensidad de la lluvia, este mismo pluviómetro alcanzó el récord de precipitación horaria con 184,6 l/m², superando todos los récords anteriores en España. Otras redes meteorológicas regionales, como Sisritel, registraron 784,4 l/m² a poco más de 3 kilómetros del registro oficial, así como valores superiores a los 700 l/m² en otras cuatro localidades. Combinando datos de las redes de observación meteorológica de Aemet, Cuenca Hidrográfica del Júcar, Sistema de Información Agroclimática de Riegos, Asociación de Meteorología de Valencia y Sisritel, se superaron los 600 l/m² en seis estaciones, los 400 l/m² en ocho, los 300 l/m² m² en once y 200 l/m² en veintiséis. Estas cifras hablan por sí solas de la extraordinaria magnitud y extensión geográfica del fenómeno.
Ante estos registros, ¿qué podemos decir? En las fuentes documentales también encontramos acontecimientos muy extremos que afectaron a diferentes puntos del Levante español. Uno de los más recordados es el desastre del pantano de Tous, ocurrido el 20 de octubre de 1982, cuando unas lluvias torrenciales provocaron la rotura de la presa del río Júcar, provocando una devastadora inundación y más de 30 víctimas mortales. Luego, las precipitaciones alcanzaron los 240 l/m² en Cofrentes (Valencia). Otro hecho trágico ocurrió el 19 de octubre de 1973 en el sureste peninsular.
En Zurgena (Almería) y Albuñol (Granada) se registraron hasta 600 l/m² de precipitaciones en pocas horas, lo que provocó el desbordamiento de los ríos Guadalentín y Almanzora, provocando alrededor de 200 muertos. Un hecho aún más catastrófico se produjo el 25 de septiembre de 1962, cuando lluvias de más de 250 mm en un solo día provocaron el desbordamiento de los ríos Llobregat y Besós, provocando más de 800 víctimas mortales en ciudades como Terrassa, Sabadell y Rubí.
Otros episodios recientes incluyen el desbordamiento del río Turia el 14 de octubre de 1957 en Valencia, que dejó 81 muertos tras lluvias de hasta 125 l/m², de los cuales 90 l/m² en apenas 40 minutos. El 3 de noviembre de 1987, unas precipitaciones récord de hasta 817 l/m² en Oliva provocaron graves inundaciones en el río Serpis, mientras que múltiples estaciones superaron los 200 l/m² en un solo día. El 11 de septiembre de 1996, intensas lluvias en el sur de Valencia y el norte de Alicante registraron 520 l/m² en Tavernes de la Valldigna y Benifaió. En Alicante, el 30 de septiembre de 1997, un temporal de 267 l/m² inundó la ciudad provocando cuatro muertos. Acontecimientos recientes, como el temporal de Levante del 18 de diciembre de 2016, dejó más de 600 l/m² en zonas del este de España, y el 12 de septiembre de 2019, el inundación de santa maría Inundó zonas de Almería, Murcia, Alicante, Valencia y Albacete, registrando 17 estaciones más de 200 l/m².
Los registros históricos también documentan numerosas inundaciones catastróficas en la costa mediterránea española, especialmente en la provincia de Valencia. El 17 de agosto de 1358, fuertes lluvias en Valencia destruyeron puentes y destruyeron alrededor de mil casas, provocando la muerte de unas 400 personas. La crecida del 30 de noviembre de 1473 en el río Júcar devastó Alzira, destruyendo 900 de sus 1.500 casas. Otros ejemplos destacables son la inundación del 12 de septiembre de 1520, la del 3 de septiembre de 1571, que provocó el abandono de varios pueblos, y las de 1617, 1775, 1856 y 1864, en las que el agua alcanzó hasta los 4 metros en algunas zonas. . La riada del 6 de diciembre de 1894 provocó múltiples víctimas en Valencia y alrededores. En la página de aniversarios de la Aemet aparecen otros registros históricos, entre ellos la inundación del 20 de junio de 1775, que afectó a la misma zona azotada el 29 de octubre de 2024, y sobre la que tenemos el testimonio de AJ Cavanilles:
Todos estos ejemplos ilustran que la vertiente mediterránea española ha experimentado episodios de precipitaciones extremas en múltiples ocasiones a lo largo de las últimas décadas y siglos. Aunque el suceso del 29 de octubre de 2024 seguramente pasará a los anales como la mayor intensidad regional registrada hasta la fecha (se midieron 771,8 l/m² en sólo 14 horas), no se puede decir que sea un episodio aislado. o sin precedentes. Entonces, ¿qué salió mal para que, después de casi 250 años de la devastadora inundación de 1775 en el barranco de Chiva, volvamos a enfrentar daños tan graves? La respuesta es compleja, pero una clave es recordar que, ante un fenómeno natural extremo, el riesgo depende de la combinación de tres factores: peligrosidad (la probabilidad de que ocurra el fenómeno extremo); exposición (el grado en que las personas o los bienes están a merced del fenómeno); y vulnerabilidad (la susceptibilidad o fragilidad de los elementos expuestos al fenómeno).
Empecemos por el peligro. Estimar la probabilidad de precipitaciones el 29 de octubre de 2024 es un reto, pero afortunadamente existe una rama de la estadística, el análisis de eventos extremos, que se dedica precisamente a esto. En el conjunto de la provincia de Valencia hemos recogido datos de 69 estaciones meteorológicas de la red Aemet, con datos diarios desde 1961. Con estos registros podemos determinar la probabilidad de que ocurran eventos de diferentes magnitudes en algún punto de la provincia. . A partir de este análisis podemos estimar la probabilidad del máximo oficial registrado el 29 de octubre (771,8 l/m²), y determinar que corresponde a un período de retorno de 170 años. Esto nos permite asegurar, con datos objetivos, que fue una lluvia muy extrema. Sin embargo, una lección que también podemos extraer de la curva de magnitud y frecuencia es que las lluvias intensas ocurren con períodos de retorno relativamente cortos: cada 25 años podemos esperar un evento máximo de 400 l/m², cada 50 años uno de 500 l/m². m² y cada 75 años uno de casi 600 l/m².
Sin embargo, a pesar de la evidencia clara del alto peligro de inundaciones después de lluvias extremas, hemos aumentado nuestra exposición y vulnerabilidad en lugar de reducirlas. Como sociedad moderna y desarrollada, dependemos de soluciones técnicas que nos dan una sensación de seguridad, pero esto nos ha llevado a olvidar las lecciones del pasado. En muchos pueblos del Levante español, por ejemplo, la calle principal se llama rambla, recordando los canales secos que, originalmente, se dejaban libres para dar paso al agua en caso de fuertes lluvias. Hoy en día, estos cauces naturales y muchas zonas históricas de inundación están ocupadas por urbanizaciones, áreas comerciales, polígonos industriales e infraestructuras, que no sólo aumentan la exposición al riesgo, sino que también dificultan el flujo de agua en caso de inundaciones, agravando los daños. Además, como sociedad altamente móvil e interconectada, nuestra vulnerabilidad es muy alta ante los desastres naturales que afectan grandes áreas o rutas de comunicación esenciales.
El episodio del 29 de octubre nos pone frente al espejo, y pone de relieve la urgente necesidad de repensar la gestión integral del riesgo de inundaciones en España. Esto requiere, en primer lugar, una adecuada planificación territorial que limite la exposición y vulnerabilidad de las zonas pobladas, además de una gestión activa y moderna de las amenazas. Hoy contamos con herramientas de alta precisión: redes de observación en tiempo real, modelos de predicción hidrológica e hidráulica y tecnologías que permiten anticipar la cantidad de precipitación y su probable impacto en el terreno. Sin embargo, tener acceso a estos recursos no es suficiente si no existen protocolos claros, tanto a nivel institucional como social.
Las alertas sólo son efectivas si las autoridades tienen planes de acción específicos y los aplican sin dudarlo, y si la población sabe cómo responder a ellos. La responsabilidad de reducir el riesgo y gestionar adecuadamente las alertas recae en los gestores públicos, quienes deben promover una cultura de prevención y preparar a la ciudadanía para actuar. Los acontecimientos extremos seguirán siendo una realidad y no podemos esperar a que llegue el próximo para recordar las lecciones que ya deberíamos haber aprendido.
Santiago Beguería Portugués, Sergio Vicente Serrano y César Azorín Molina Se trata de investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). José Carlos González Hidalgo es catedrático de Geografía Física de la Universidad de Zaragoza.