La línea recta que tan ordenadamente domina la obra pictórica de Soledad Sevilla (Valencia, 80 años) se ha transformado para su gran retrospectiva en el Reina Sofía en un círculo: el que traza el recorrido circular -tanto literal como figurativamente- que componen las diez salas en las que se dispone la exposición, que abarca desde 1968 hasta este mismo año 2024. Se trata de un repaso inevitablemente plagado de cambios y de giros, pero que como destacó la comisaria Isabel Tejeda en la presentación de la muestra, respira el “mismo aroma”: el de una pulsión, como subrayó la propia artista, que la ha llevado a pintar, como a tantos otros creadores a lo largo de la historia del arte, “el mismo cuadro toda la vida”.
Con el título de Ritmos, tramas, variables, La exposición, abierta hasta el 10 de marzo de 2025 (y que posteriormente se trasladará al IVAM de Valencia), reúne una selección cuidada, aunque inevitablemente parcial, del corpus de trabajo producido a lo largo de casi seis décadas en torno a la poesía y la música. leitmotiv de repetición y modularidad: un recorrido que comenzó en el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid —el espacio donde surgió el primer acercamiento en España entre arte y tecnología computacional de la mano de artistas como la propia sevillana, Elena Asins o José María Yturralde, entre muchos otros— con paradas en otras ciudades clave en su carrera como Boston y Granada.
Concebida en sentido cronológico, la antología arranca en una sala donde se exponen algunas de las piezas producidas en el Centro de Cálculo a finales de los años sesenta; obras que, matizó Sevilla, no deben “nada” a las matemáticas, de las que se declaró involuntariamente ignorante, sino a la geometría. “En el Centro sólo había un ordenador IBM y unos programadores que introdujeron lo que propusimos. Yo propuse trabajar con módulos, que luego trasladé a metacrilatos o telas. Pero aquello era un proceso arduo, y a mano lo hacía más rápido, así que desistí pronto”, recordó la pintora, que destacó lo mejor de aquella experiencia como el contacto con los otros artistas que participaron en el experimento: “Estar con Lugán, Sempere, Asins, Barbadillo, Yturralde… eso fue lo más interesante”.
A partir de aquellas primeras piezas realizadas en pequeño formato, las aspiraciones de Sevilla comenzaron a virar hacia los tamaños XXL, algo que resultaría fundamental en su trayectoria porque, según dijo, “me interesa mucho que la pintura envuelva al espectador”. Y desde la aparente racionalidad fría de la tecnología, el fondo de su visión comenzó a teñirse de profunda emoción y de una búsqueda incansable de la belleza. “Es una artista verdaderamente importante, una de las que más ha aportado a la pintura española de la segunda mitad del siglo XX”, afirmó Manuel Segade, director del Reina Sofía, también presente en la inauguración. “Y tiene una comprensión espacial de la pintura que ha influido mucho en las generaciones posteriores”.
Durante su estancia en Boston entre 1980 y 1982, donde estudió gracias a una beca, Sevilla ideó y realizó los bocetos de lo que luego se confirmarían como las dos series más relevantes de su carrera: Las meninas y La Alhambra. Muestran claramente el deseo del que hablaba Segade de representar el espacio desde una nueva perspectiva, un deseo que vincula su pintura con disciplinas como la arquitectura y arte de la tierra. En las fotos de Las meninasDe hecho, el espacio donde se desarrolla la famosa escena de Velázquez es lo único que se refleja en el lienzo. “En EEUU hice unos cursos sobre cultura española donde nos explicaron que, a través de unas radiografías de la obra de Velázquez, se había descubierto que no dibujaba, sino que simplemente hacía referencias. Esa acción directa me conmovió”, explica Sevilla. “Este cuadro nos fascina por la sensación de espacio que crea, y yo represento ese espacio”.
Sevilla no sólo se interesa por las piezas de gran formato, sino que concibe sus series como grandes formatos. De ahí que al entrar en la sala que alberga las pinturas de La Alhambra El visitante no sólo se ve envuelto por cada obra individual, sino por el conjunto. Podría describirse como un recorrido alternativo por el monumento, que la autora visitó casi a diario durante “dos o tres años”, siempre al anochecer, cuando la ciudadela permanecía cerrada al público, para captar poco a poco sus marcadas transiciones entre el día y la noche. Esta obsesión, por la luz y los contrastes sensoriales, recorre otras propuestas como su Serie Insomnio, El cuadro fue realizado durante sus largas noches de insomnio con el objetivo de “representar lo que pasa por mi cabeza en ese momento”. A diferencia de sus obras anteriores, aquí las largas líneas han sido sustituidas por pequeñas pinceladas. ¿El motivo? Un problema de salud de la artista, que, al no poder moverse correctamente, hacía que los cuadros giraran mientras pintaba. “Siempre he tenido como ejemplo a Matisse”, reconocía, “que se quedó ciego e hizo la maravillosa serie de papeles recortados”.
Junto a sus grandes series se muestran a lo largo del recorrido algunas piezas inéditas de su etapa en el Centro de Cálculo, así como nuevas obras y documentos fotográficos y audiovisuales de algunas de sus numerosas instalaciones, de las que, por cuestiones de espacio, sólo se incluyen en la exposición dos: una de ellas realizada en hilos expresamente para la ocasión y otra realizada para la galería Soledad Lorenzo en 1998 y titulada El tiempo vuela: Una composición llena de lirismo que vuelve, una vez más, a la idea de circularidad a través de la figura de la mariposa. “Pasa de oruga a crisálida y luego a mariposa”, apunta la artista. “Y con esta idea quería destacar que la última parte de la vida puede ser tan bella o incluso más bella que las anteriores”.
A sus 80 años, la artista recibe con esta retrospectiva un merecido reconocimiento a toda su trayectoria, que se suma a galardones recientes como el Premio Velázquez 2020 (antes recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, en 1993). Como ella, artistas españolas de su generación como Eva Lootz, Carmen Laffón, Concha Jerez o Elena Asins, parecen estar reposicionándose en este siglo XXI en un lugar central del relato del que la historiografía del siglo XX las apartó. “Creo que en el arte está pasando como en la sociedad, que ahora se están reconociendo cosas que quizá hace diez años no se reconocían”, respondió Sevilla, para ceder la palabra sobre esta cuestión a Isabel Tejeda, su comisaria, cuyo trabajo se ha ido centrando precisamente en la recuperación del legado de mujeres artistas que quedaron al margen. “Desde los años 90, hay una generación de historiadores preocupados por esta cuestión, y se ha trabajado muchísimo en este sentido, gracias también al apoyo de museos, galerías y los propios protagonistas”, resume Tejeda. “Es un gran momento de visibilidad, pero también es cierto que todavía queda mucho, muchísimo trabajo por hacer”.
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