Gaza se ha convertido en un cementerio al aire libre. Las muertes se cuentan por cientos cada semana y la mayor hambruna jamás registrada ya está llamando a las puertas de los habitantes de Gaza. Los 2,2 millones de palestinos que aún resisten en la Franja, lejos de salir ilesos, también han perdido la vida, al menos en el sentido material: casas reducidas a escombros, calles irreconocibles y esqueletos de hierro y cemento se alzan ahora sobre sus rutinas y recuerdos.
En cinco meses de guerra y bombardeos indiscriminados, Israel ha dañado casi 58.000 edificios y destruido otros 31.000, lo que equivale, respectivamente, al 35% y al 10% de toda la infraestructura del enclave. Entre ellos se encuentran más de 120.000 viviendas y 30 de los 36 hospitales que tenía la Franja.
Los datos proceden del análisis del Centro de Satélites de las Naciones Unidas (UNOSAT), que supervisa periódicamente el impacto de la guerra en la planificación urbana de Gaza. Su última actualización, con datos del 29 de febrero, refleja una devastación sin límites que ha dejado sin hogar a un millón de personas según el Banco Mundial y ha desplazado al 75% de la población. El coste de los daños asciende a 18.500 millones de dólares, equivalente al 97% del PIB combinado de Gaza y Cisjordania en 2022.
El sistema de abastecimiento de agua y saneamiento prácticamente ha colapsado -funciona al 5% de su capacidad-, así como el sistema educativo, que ha expulsado al 100% de los niños de las aulas, y el sistema sanitario, que ha sufrido daños hasta el el 84% de sus instalaciones. La electricidad y el combustible escasean, lo que, junto con el cierre de las carreteras principales y el bloqueo israelí, hace extremadamente difícil el envío de ayuda humanitaria. Las muertes, en consecuencia, superan ya las 30.000 según el Ministerio de Salud de Gaza y de aquí a julio se espera que la mitad de la población, 1,1 millones de personas, sufra una privación extrema de alimentos.
El Ejército israelí ha defendido en todo momento que el objetivo de sus ataques era Hamás y su «infraestructura terrorista», pero los datos dan buena cuenta del impacto de los bombardeos sistemáticos y masivos contra infraestructuras civiles. También incluye tierras agrícolas clave para el sustento de los habitantes de Gaza, que dependían en gran medida del exterior para alimentarse pero eran autosuficientes en frutas y verduras: el 48% de los árboles agrícolas se han perdido desde el estallido de la guerra.
En muchos casos, estos han sido daños colaterales causados por la construcción de defensas temporales por parte del ejército israelí, la elevación de bancos de tierra para proteger los vehículos blindados y la limpieza de los terrenos circundantes. A esta destrucción hay que sumar también la imposibilidad de los agricultores palestinos de acceder a las plantaciones, lo que ha limitado aún más las cosechas y aumentado el hambre.
Sin embargo, la peor noticia para los habitantes de Gaza es que la ofensiva de Israel continúa. Sus ataques ya han producido 26 millones de toneladas de escombros cuya retirada requerirá varios años, pero el inicio de la reconstrucción aún no se vislumbra en el horizonte. La existencia misma del enclave como territorio palestino está incluso amenazada. Aunque la presión internacional para que Netanyahu detenga la guerra es cada vez mayor -el Consejo de Seguridad de la ONU ya ha exigido un alto el fuego-, de momento nadie ha podido evitar que Gaza siga sometida al poder destructivo de las armas. Israelí.
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