Giancarlo sólo tenía ocho años cuando empezó a sufrir acoso en la escuela, mucho antes de que fuera consciente de que era un chico trans bisexual. Su vida escolar se volvió tan insoportable que consideró el suicidio: «Me hicieron sentir que no valía nada, que estaba mejor muerto».
La escuela está, detrás de la calle, la Segundo lugar donde las personas LGTBI+ sufren más acoso, agresiones o discriminación. Las escuelas todavía tienen un largo camino por recorrer para dejar atrás el discurso de odio y la LGTBIfobia y convertirse en lugares seguros tanto para estudiantes como para profesores con orientación sexual o identidad de género no normativa.
El consecuencias de este abuso Se prolongan hasta la edad adulta, como dice Giancarlo, poeta y monitor de tiempo libre: «Me quedaron bastantes traumas, pero aquí estoy». Y como explica Hernán, un joven enfermero que padeció homofobia: «Aunque pasan los años, los miedos y las heridas se quedan conmigo».
Odio y violencia escolar
En el marco del Orgullo, Giancarlo, Hernán y David Armenteros, coordinador de Educación de la FELGTBI+ y docente de matemáticas, denuncian la LGTBIfobia en las aulas.
Armenteros indica que el 25,9% del alumnado pertenece al colectivo LGTBI+. El 7% de ellos recibe insultos, frente al 3% de los estudiantes heterosexuales y el porcentaje sube al 17% contra los menores trans.
El 22% de los menores LGTBI lo padecen la violencia escolar, frente al 10% de los niños y niñas heterosexuales. El 23% del alumnado LGTBI no ha salido del armario y el 21% dice que no lo hará porque «Las aulas no son un ambiente seguro.«.
El impacto de esta realidad en su salud mental Es evidente: el 57,7% sufre depresión, frente al 28,8% de los estudiantes heterosexuales; el 54,4%, ansiedad, frente al 30,6%; y un 27,98% conducta suicida, frente al 13,6% de los estudiantes heterosexuales.
La proliferación en redes sociales del discurso de odio contra las personas LGTBI+ está repercutiendo en las aulas, advierte el responsable de Educación de la FELGTBI+: «Escuchan mensajes que no son ciertos y como no tienen filtro los reproducen. Nos encontramos con situaciones bastante importantes del odio».
Homofobia desde los siete años
Hernán conoce bien estas situaciones. Recuerda que era un niño sensible y cariñoso, que demostraba cariño tanto a niñas como a niños: «Me insultaban ‘maricón’ desde los siete años. No podía entender lo que estaba pasando, en casa me permitían expresar cariño de esa manera fue un insulto que me acompaña hasta el día de hoy», dice.
Lo molestaban cuando iba al baño, lo insultaban en la calle, se reían de él. han llegado lanzar piedras. «A medida que pasa el tiempo, el pánico y el miedo todavía me acompañan. Cuando veo un grupo de personas en la calle, el miedo me ataca y tomo un desvío, no puedo entrar tranquilamente a un baño, las alarmas siguen sonando», afirma. dice. .
En segundo de la ESO empezó a tener un grupo de amigos y se acabó la incertidumbre de «no saber qué nos esperaba en el recreo». Sentirse amado contribuyó a su confianza en sí mismo y desde cuarto grado se vio «capaz de responder a los insultos». Fue en segundo año de secundaria cuando salió del closet y en la universidad no tuvo ningún problema.
Este enfermero lamenta que no sólo sufrió acoso LGTBI+fóbico, Su familia también pagó las consecuencias.: “Mis padres sufrieron mucho. Me dijeron ‘no vengas sola que te dan una paliza’. acoso en la escuela ha tenido un impacto en cómo abordaron nuestra educación», dice.
«Ellos ven lo diferente»
Giancarlo empezó a sufrir bullying cuando tenía ocho años. «Al principio no lo asimilaba a la LGTBIfobia, ni sabía qué era eso. En primaria me llamaban ‘feo’, ‘raro’. Veían lo que era raro, lo lejano de ti y lo que era diferente y me decía ‘adelante’. Te hacían sentir una mierda, no valías la pena», señala. Ni siquiera era consciente de que era una persona trans.
En la secundaria cambió de escuela y no ocultó que era bisexual. «Entonces se acabó. (…) Nunca he dudado en hacerme visible, lo que me ha creado muchos problemas». En tercero de la ESO empezó a sufrir ataques: «Más que insultos, eran sobre todo miradas que mataban, que te ignoraban por completo. En aquel momento me planteé muy en serio el suicidio. No sabía lo que era ser trans». , pero sí sabía que algo no encajaba», reconoce.
«Me hicieron pasar un rato terrible, me hicieron sentir que no valía nada, que estaba mejor muerta. (…) Llega un momento en que acoso en el que ya no te importan los insultos y los ataques, llega un punto en el que haces clic y te rompen. Eres un cuerpo y caminas por inercia», señala Giancarlo. «Me salté las clases para no estar con esa gente. Eso no se queda atrás. «Ahora tengo ansiedad social», admite.
La importancia de tener referentes
La lesbofobia que sufrió una estudiante fue lo que llevó a David Armenteros, profesor de matemáticas, a salir del armario. Durante el recreo, algunos compañeros le dijeron a la niña que «no merecía tener hijos y que, si los tuviera, merecerían una paliza cuando fueran al colegio». por tener una madre lesbiana«.
La menor quedó completamente destrozada y la profesora decidió visibilizar su homosexualidad. «Tuve que trabajar con mi alumna, pero tuve que hacer un trabajo mucho más importante con sus compañeros para cambiar su mentalidad. Les dije ‘aquí tienen a su profesora gay, ¿qué pasa que cuando salgo por la puerta merezco un ¿golpeando?’ ‘Me tenían mucho respeto, se dieron cuenta de que estaban equivocados (…) Son menores de edad, no tienen el conocimiento ni los recursos para muchas situaciones’, recuerda.
El profesor confiesa que la vida en su centro ha cambiado desde entonces: «Los alumnos me esperaban en la puerta, pero no para pegarme, sino para agradecerme que estuviera allí, me dijeron que se sentían más seguros y podían contarme sus problemas». (… ) No defiendo que sólo los docentes del grupo lleven esa mochila, pido que los aliados también se hagan visibles», enfatiza. Siempre hay una pulsera de arcoíris en su mochila. Defiende a Armenteros que La educación es mucho más que una materia..