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El pelotón tenía un plan y no iba a modificarlo por una caída, ni mucho menos. Fue seguido estrictamente. En el imaginario colectivo de esa ameba que cambia de forma a medida que avanza por el camino, se había instalado la idea de que, a pesar de los seis puertos de montaña, no demasiado exigentes, todo hay que decirlo, el día que comenzaba en Ezpeleta, ese delicioso pueblo francés con las fachadas teñidas de rojo por los pimientos secándose al sol, y terminar en Alsasua, iba a ser una pérdida de vida.
Como está bien. Llegará el verano, o en este caso un recorrido más adecuado para demostrar músculo, habilidad, fuerza, energía o lo que cualquier ciclista necesita para triunfar en la vida, que en este caso es ganar una carrera por etapas como la Itzulia. En ese ejercicio de procrastinar, de dejar para mañana lo que se puede hacer hoy, se enfrascaron casi todos los ciclistas de los equipos con potencial, hasta pasar por Olaberria, la localidad de Txiki Begiristain, y uno de los feudos queseros. Idiazabal, cuando faltaban 40 kilómetros para el final, se produjo una caída en una curva a la izquierda en la que se vio implicado el líder, Primoz Roglic.
Qué cosas. No pasaba nada, ni siquiera una triste fuga para consuelo del plantel y alegría de los patrocinadores de equipos modestos que rentabilizan su presencia en televisión, cuando de repente arranca la tremolina por una caída, que era la del líder. Inmediatamente rodeado por su guardia pretoriana, Matteo Sobrero y Emanuel Buchmann, con la ayuda del coche de su equipo; Un tanto aturdido por el golpe en el costado derecho, tardó un poco en volver a subirse a la moto. Para entonces, el pelotón estaba casi dos minutos por detrás.
A Roglic le costó calentar, quizá porque hasta entonces la carrera había sido bastante fría, a pesar de que la temperatura ambiente era más alta que en los días anteriores y el cielo se veía azul. La diferencia se disparaba, aunque nadie quería hacer sangre entre los demás favoritos, como si la carrera fuera una justa entre caballeros medievales en la que los rivales querían competir en buena pelea, con nobleza. La única sangre era la de los arañazos de Roglic, que pedaleaba como si dudara y decidiera si seguir o rendirse.
Pero el pelotón siguió cumpliendo el plan inicial, de dejar todo para otro día, incluso relegando a los débiles, y en ese momento la posición del líder era débil, precaria. Así que Primoz se animó cuando, tras estar a más de dos minutos del pelotón, la distancia fue reduciéndose poco a poco al principio, luego más rápido. Cuando Roglic y su equipo vieron que los coches de la caravana estaban cerca se sintieron salvados. Quizás indultado por el pelotón, incluso por los jueces que, a través de Radio Vuelta, pidieron el paso de los vehículos por el herido, que no estaba en una ambulancia, pero estaba cada vez más activo. Primero en la cola, luego en la cabeza, como le corresponde por su condición de maillot amarillo. Apenas comenzaba la ascensión al último puerto, Lizarrusti, cuando volvió a sentirse líder. Nadie intentó nada, el plan del pelotón siguió el guión al milímetro. Incluso en el sprint extra de Etxarri Aranaz, en el que Evenepoel rascó tres segundos, lo que le acerca a los siete en la general, y a Vingegaard a uno.
Luego todo siguió igual hasta que a un kilómetro y medio de la meta, ya en la zona de protección, otra caída en medio del pelotón lastimó a Juan Ayuso, que recibió su premio al mejor joven de la clasificación con expresión dolorida.
La etapa la ganó al sprint el belga de Alpecin Quinten Hermans, que como la víspera Lapeira, se bautizó en una carrera del World Tour con una prestigiosa victoria. La Asamblea General aprieta, aunque las diferencias son casi idénticas a las del día anterior. Cuando los ciclistas dejen de procrastinar será otra cosa.
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