El ritmo editorial no para, y ya uno no sabe de qué carajo se habla cuando se habla de crisis, si quizás el término ha pasado a significar otra cosa y no nos hemos enterado o es solo un chisme y qué significa asunto.
Pero en el Ministerio de CTXT no nos dejamos abrumar por el martillo del mercado y estamos dispuestos a separar el trigo de la paja para el deleite y alegría del atento lector. Vamos con esta nueva tanda de cómics que han conseguido dar un salto y llamar la atención de este viejo y cansado crítico.
En Camino (2006), Cormac McCarthy no pudo encontrar la luz entre la oscuridad. Pero Jack London ya había descubierto el amor que anida en El llamado de la naturaleza (1903) y George Miller se había establecido en Mad Max (1979) a un héroe que emerge de las ruinas de la civilización. Víctor Puchalski (Catarroja, Valencia, 1986) ha dedicado toda su carrera a la figura del bárbaro y sus códigos de honor, puliendo las enseñanzas de Robert E. Howard y sometiéndolas a una saludable trituradora de pop. En ¡¡Arrodillarse!! (Ediciones Inuit), el valenciano deja atrás la mística que rondaba por encima La balada de Jolene Blackcountry (Autsaider Cómics, 2017) y abraza el objetivismo a golpes de guantes de acero: los malos son los malos y los buenos pueden vencerlos si eso es lo que quieren. Puchalski parte de una premisa argumental que deja claro cuál es el propósito de la obra: para salvar el alma de la princesa de un reino corrupto, su prometido tiene que convertirse en el encargado de acabar con su vida. Hasta llegar a ese punto, el valenciano despliega todo su poder gráfico, y deja atrás la exuberancia de Entra el Kann, (Autsaider Cómics, 2016) su debut, para centrar el plano en un blanco y negro heredero directo de Kentaro Miura, Tetsuo Hara y Tsutomu Nihei. Simplemente porque, ¡¡Arrodillarse!! es un mangadibujado en Valencia y que se lee en sentido occidental, sino un manga. Quizás la obra más depurada (en intención) de su autor: un festival de acción sin parar, sin distancia alguna ni coartada intelectual que enmascare la nobleza de resolver los problemas a puño limpio.
Y en este absurdo clima bélico en el que estamos inmersos, la guerra vuelve a ser uno de los grandes temas de nuestro tiempo. En esta ocasión lo leeremos con los ojos del siglo XX en forma de alegre homenaje a uno de los cómics clásicos de la tradición franco-belga. El arte de la guerra (Norma Editorial) es el último álbum publicado por Blake y Mortimer, dos personajes creados en 1946 por Edgar P. Jacobs (asistente de Hergé en Tintín), caracterizado por hablar mucho en interminables diálogos que exploran los límites físicos de los bocadillos de las viñetas y mantener la compostura y la elegancia en todo momento, aunque el universo se derrumbe. En esta nueva aventura, los avezados guionistas Bocquet (Neully-sur-Seine, Francia, 1962) y Fromental (Túnez, 1950) han decidido que sus protagonistas sean menos locuaces, pero la estrella de la serie, el espectacular dibujante Floc’h ( Mayenne, Francia, 1952), ha elevado a la máxima potencia la elegancia de Blake y Mortimer. Heredero directo de Jacobs y practicante de una línea muy clara y cuidada, Floc’h despliega una puesta en escena con plena conciencia de sí misma y que no engaña a nadie. Sí, puede que estemos ante una revisión contemporánea de un clásico, pero ofrece, sacudidos pero no mezclados, los mismos ingredientes: alta sociedad, chaquetas cruzadas, corbatas, martinis y autos y aviones dibujados que son gloriosos de ver. La excusa argumental, el enésimo peligro mortal que amenaza la supervivencia de la civilización en plena Guerra Fría y que deben afrontar nuestros héroes, es un lugar común tan seguro para el lector como un refugio nuclear. Porque, para qué engañarnos, también se puede disfrutar de un cómic conservador.
Lo opuesto a conservador es Maleficio (Walden Books), una antología de historias del futuro de George Wylesol (Filadelfia, 1989), ilustrador con amplia experiencia en medios de prestigio y dibujante de cómic formado en la autoedición de fanzines del panorama norteamericano. Maleficio Es la primera obra de su autor publicada en España, y hay que elogiar a Libros Walden por haber asumido el riesgo. Wylesol es un artista misterioso y también lo es su obra, construida sobre imágenes veladas del ultratumba, a veces literalmente, como en el primer cómic del volumen, fantasmasy otros que exploran el espacio simbólico de la vida cotidiana: en Casa abierta, un anuncio inmobiliario se transmuta en una especie de tarot enajenado. Para ello, el de Filadelfia recurre a trucos de impresión y a una paleta sencilla de colores planos y figuración esquemática, una suerte de señalización de una dimensión alternativa cercana. La obra de Wylesol se ha encuadrado en las coordenadas del terror elevado (sea lo que sea que eso signifique), aunque este crítico piensa que, aunque en sus páginas residen inquietud y desesperanza, hay suficiente humor en ellas. Maleficio convertir el trabajo de Wylesol en algo más cercano a la risa extraña que al horror existencial. En El amante malditoel pieza de resistencia del volumen, una historia apocalíptica que dura más de cien páginas, tiene el buen sentido de interrumpir el clímax de la historia insertando un par de páginas de publicidad de dos de sus antiguas obras. Esa sana distancia con su obra (no irónica, pero sí hilarante, ese es el matiz) le vincula a otras propuestas de la vanguardia del cómic internacional, que tiene al belga Olivier Schrauwen (Brujas, 1977) como figura cimera de la experimentación majareta. Quizás ya era hora de que los “cómics” volvieran a ser “cómics”.
Precisamente sentido del humor no falta El rey de los cargols. (Editorial Finestres), flamante premio Finestres de cómic en catalán de este año, escrito por David Pamies (Elche, 1982) y dibujado ni más ni menos que por una debilidad de quien lo firma, David Sánchez (Madrid, 1977). Fue Pamies quien contactó con Sánchez para iniciar esto película de amigos satánico protagonizado por una pareja de policías perdedores que operan en Amarillo, Texas, y que tienen que resolver un absurdo homicidio perpetrado, al parecer, por unos caracoles. Quizás el tono de Pamies no acabe funcionando demasiado bien, como suele ocurrir con este tipo de obras que se mueven entre la ligereza de la iconografía pop religiosa (demoníaca, en este caso) y un contenido supuestamente profundo, véase buenos augurios (1990), la novela de Neil Gaiman y Terry Pratchett, o Dogma(1999), la rotunda reflexión (es decir) de Kevin Smith sobre el cristianismo. Sin embargo, Sánchez mantiene su nivel de enseñanza y, aunque tiene que hacer hablar a sus personajes más de lo que imagino que le gustaría, levanta el vuelo haciendo lo que mejor sabe, creando esa atmósfera de realidad aterradora pero cercana, con un ritmo inquietante y claridad expositiva abrumadora.
El ritmo editorial no para, y ya uno no sabe de qué carajo se habla cuando se habla de crisis, si quizás el término ha pasado a significar otra cosa y no nos hemos enterado o es solo un chisme y qué significa asunto.
Este artículo es exclusivo para suscriptores de CTXT. Puedes suscribirte aquí