Manolo Kabezabolo, el verso más libre y silvestre del punk español

Pocas frases menos punk se han dicho en España que ésta: “Para no trabajar más en la vida, qué mejor que alistarse en el ejército y llegar a ser cabo primero de la banda, ya que además de estar reducido en servicios, sólo Tengo que ir allí a supervisar la limpieza de los jardines y los ensayos”. Esto tampoco cita mucho un argumento punk: “Fui un poco cobarde. Por el respeto que le tenía a mi padre y el miedo que le tenía, fui al ejército cuando tenía 18 años. “Fui como voluntario”. Este tercero ya: “¡Militar! ¡Subnormal! ¡Parásitos sociales! Gente amarga de esta sociedad cuyo único hobby es destruir al pobre soldado”. Todos provienen de la misma persona. Y la distancia estratosférica que los separa funciona de maravilla para envolver el futuro de Manolo Kabezabolo, un tipo que siempre se ha movido entre extremos y a base de bandazos vitales.

Hijo de un militar franquista y nieto de un falangista, Manuel Méndez Lozano (ese es su verdadero nombre), se declaró anarquista en cuanto perdió el miedo a su padre, aunque en aquel momento ni siquiera sabía muy bien qué era el anarquismo. era. En la época de su más insólito esplendor, Manolo Kabezabolo vivió en un hospital psiquiátrico del que sólo salía para actuar. Su entonces manager, Manolo Monzón, buscó todas las actuaciones posibles para que pasara el mínimo tiempo encerrado. “Se le llenó el corazón cuando fue a buscarlo. Manolo era todo alegría. Y cuando lo llevó de nuevo al psiquiátrico fue pura y simple tristeza”, recuerda Monzón en Manolo Kabezabolo. Si todavía te faltan dientes, es que no estabas ahíEl documental se estrena en cines el 17 de mayo.

El adjetivo vertiginoso se queda corto cuando hablamos de Manolo Kabezabolo. En el último año y medio que pasó en el psiquiátrico a mediados de los 90 (volvería en otras ocasiones), el cool punk realizó nada menos que 225 actuaciones. Estuvo más días de gira que encerrado. En ese momento, sólo había lanzado un álbum, ¡Ya aquí ahora! (1995) y, sobre todo, dos demos que habían corrido como la pólvora. Aquel interno diagnosticado de esquizofrenia con brotes psicóticos fue un ídolo en Zaragoza y el resto de Aragón. Su fama ya se había extendido por Euskadi y otros puntos de la península gracias a canciones como El aborto de la gallina, Viva yo y mi caballo, Mata a tu viejo, Vota idiota, Me como una piruleta, Un papel morado y tantos otros.

Portavoz de las vergüenzas sociales

Manolo Kabezabolo hace balance de su vida sentado en un banco del hospital psiquiátrico de Zaragoza donde ha pasado varias temporadas. A lo largo del documental también aparecen opiniones de compañeros de armas ilustres como Albert Pla, Fernando Madina (cantante de Reincidentes), Kutxi Romero (líder de Marea) y Evaristo Páramo. Este último recuerda el día que conoció a Manolo Kabezabolo de la manera más abrupta posible: sin previo aviso, el cool punk subió al escenario durante un concierto de La Polla Récords, agarró el micrófono de su ídolo y cantó con él todas las canciones que le había pedido. Se fueron. Especialmente refinada es la aportación de la escritora granadina Cristina Morales, que califica al cantautor punk como un imprescindible “portavoz de la vergüenza social”.


Formalmente, Manolo Kabezabolo podría describirse como una especie de Billy Bragg del universo. kalimotxero, porque durante años estuvo solo en el escenario con una guitarra eléctrica. Sin embargo, sus letras no perseguían un final poético sino el impacto más crudo. Tampoco abordó temas políticos y emocionales de alto nivel. Prefirió quedarse en el barro y describir lo que mejor conocía: el impacto devastador del alcohol y las drogas en la sociedad. Sabía exactamente de qué estaba hablando. No sólo porque en el psiquiátrico lo tenían completamente narcotizado, sino porque para abandonar ese estado vegetativo, nada más salir se pasaba los días “usando su nariz como un oso hormiguero y bebiendo la mayor cantidad de ámbar posible”, explica uno de sus colegas.

Aunque el esqueleto es la trayectoria vital muy desordenada de Manolo Kabezabolo, el documental también reflexiona sobre los efectos de una educación represiva, sobre la incapacidad para gestionar las enfermedades mentales y sobre el poco valor cultural otorgado a las anomalías. A lo largo de esta hora y media de metraje, es fácil imaginar escenas similares en las biografías de Daniel Johnston, Shane MacGowan o incluso Pete Doherty; todos ellos mitificados en sus respectivos países. El punk español nunca fue demasiado glamuroso y quizás Manolo Kabezabolo sea el mejor ejemplo de ello. Tuvo que mantenerse vivo y medianamente cuerdo durante tres décadas para recibir, en 2015, el Premio de la Música Aragonesa a su trayectoria artística.

Subidas y bajadas

La de Manolo Kabezabolo era, sin duda, una historia que merecía ser contada y el cineasta oscense José Alerto Andrés Lacasta se ha dedicado a ella perfilando todas sus aristas. El del tipo que traficaba con drogas en el ejército, el que vivió el éxito como una sorpresa, el del autocoronado rey de velocidad, el del bestseller de camisetas, el de un músico obligado a alternar entre descargas de adrenalina y agudas recaídas, miedo escénico y desprecio familiar. La disciplinada obediencia que hace gala durante el rodaje puede sorprender a más de un espectador, pero en el otro extremo de su imagen kamikaze de drogadicto también hay un tipo educado y responsable. De lo contrario, no viviría para contarlo.


La historia de Manolo Kabezabolo es la de un Quijote hasta las cejas de velocidades una adaptacion berlanguiana de localización de trenes, es la basura intrínseca del punk español diluida con altas dosis de empatía. no hay en Si pierdes los dientes, es que no estabas allí. No existe ninguna intención de glorificar al protagonista, pero dos escenas destacan por la veracidad amorosa que transmiten. El primero es aquel en el que Manolo Kabezabolo, frente al espejo del baño, se coloca con cuidado su dentadura postiza. La segunda llega cuando él, en su calidad de personaje ilustre, es invitado a cantar los números del bingo en una comida popular. Es difícil describir con mayor precisión lo que significa ser un superviviente del punk.

Y sin embargo, el detalle más revelador de la cinta es una canción inédita titulada Hoy las calles están en silencio que se cuela hacia el final. Lo realizó hace semanas junto a Ariel Rot en el programa Un país para escucharlo y brilla precisamente por el tono de decepción que desprende. “Ya no siento la llamada de la calle en mi cerebro / Por mucho que busque una razón, no hay atmósfera, no hay color / No hay punk-rock en los bares, la multitud ya no se mece / La mirada de la gente es insegura y violenta”, canta el aragonés de 58 años. En otra estrofa señala: “No hay camellos en el festividades«Ahora hay perros policía / Las sobremesas son la antesala de una cita psiquiátrica / Y si miro hacia arriba, hay drones mirándonos». No conviene subestimar a Manolo Kabezabolo.

Related Posts

Welcome Back!

Login to your account below

Retrieve your password

Please enter your username or email address to reset your password.