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Nuria Espert, actriz de aire y fuego

Nuria Espert, actriz de aire y fuego

Antonio Paniagua

Jueves, 26 de septiembre 2024, 09:41

Núria Espert, la gran dama del teatro, no tiene intención de retirarse. Tres cuartos de siglo entregados a las tablas son sus credenciales. Aunque ha anunciado varias veces su intención de hacer mutis por el foro, nunca ha materializado su decisión. A sus 89 años, aún siente la emoción de las tablas, la excitación de encarnar otras vidas. Desde que siendo una niña de 13 años ingresó en la compañía del Teatro Romea de Barcelona, ​​la vida de Núria Espert ha estado indisolublemente unida al escenario, que ejerce sobre ella un efecto sanador. Ha extraído toda la belleza de las palabras de Fedra, Medea, Bernarda Alba, Electra, Lucrecia o la Celestina, mujeres que ha interpretado. A pocos días de estrenar ‘Todos pájaros’, obra del dramaturgo de origen libanés Wadji Mouawad, bajo la dirección de Mario Gas en los Teatros del Canal, Espert recibirá el 12 de octubre el Premio a Toda Una Vida Profesional, que concede la Fundación Mapfre , entidad que distingue a la actriz «por su inquebrantable dedicación al arte y su compromiso con causas humanitarias».

Se enamoró antes del teatro que de los chicos, que de chavala le eran indiferentes. Por orden de su madre aprendió solfeo y danza, al mismo tiempo que se baqueteaba en la escena. Sus padres la obligaban a memorizar versos, unas veces de Rubén Darío y otros ripios horrísonos, tanto en castellano como en catalán. Musa de grandes directores de escena, desde el mítico Víctor García a Lluís Pasqual, fue descubierta de forma precoz por Josep Maria de Sagarra, cuando la actriz adolescente trabajaba en ‘cau d’arts’, bares donde se citaban los obreros y los vecinos de un barrio para escuchar los recitados de los aficionados. Sagarra, aún boquiabierto por lo que había visto, acertó a decir: «Esta niña tiene dos cojones como un toro».

Hija de un carpintero y una obrera textil, la actriz vio la luz en Hospitalet de Llobregat, en 1935, en un hogar pobres e infeliz donde los padres, sin mediar broncas ni gritos, acabaron separándose. Se casó a los 20 años con Armando Moreno, con quien fundó una compañía teatral propia. Él fue el que la alentó aprender con los mejores directores de escena y ambicionar los mejores papeles. «Mi maestra es la vida y mi don es saber escuchar», asegura esta leyenda viva de las artes escénicas.

La libertadora de Sartre

Su gran virtud es que se atreve con todo. Fue la primera mujer que interpretó el papel de Hamlet en España y que liberó los textos de Sartre de los círculos del teatro de cámara donde permanecían encerrados. En tiempos de la dictadura sufrió las intromisiones de la censura. «Viví tiempos muy difíciles, de sufrimiento y frustración, pero también de apretar puños y tirar hacia adelante», dijo al recibir un Max honorífico, en referencia a la prohibición de la gira que pretendía representar ‘Las criadas’, de Genet, algo que Volvió a repetirse con ‘Yerma’, de Lorca. Curiosamente, la censura sentó de maravilla al montaje. La obra recorrió los escenarios de Londres, París, Nueva York, Filadelfia, Los Ángeles, San Francisco, Buenos Aires, Rosario, Córdoba (Argentina) y muchos más de Latinoamérica.

Tiene un sexto sentido para rastrear el talento y trabajar con los mejores, aunque en el empeño en ocasiones sienta el vértigo, como cuando a las órdenes del Miguel del Arco apencó con siete personajes diferentes en ‘Violación de Lucrecia’, de Shakespeare. Se considera una mujer que ha hecho lo que ha querido, unas veces con fortuna y otras sin ella. «He apretó con las dos manos para lograr un espacio. En ocasiones lo he conseguido y he sido feliz y otras he sido vencida».

Se ha puesto en la piel de todas las heroínas de la tragedia, desde Electra a Gigí, aunque Medea es el papel que más veces ha interpretado. Quienes mejor la conocen dice de ella que es disciplinada, leal y ocurrete, aunque no se esfuerza por ser cordial con quien le disgusta. Su gran amigo, el escritor Terenci Moix, la describió como una mujer de «aire y fuego». Y el grandioso y legendario Peter Brooks hizo la mejor alegoría de ella. «Es como un vaso de agua que, en tan solo un segundo, puede congelarse y hervir».

Nuria Espert, en el mítico montaje de ‘Yerma’, dirigido por Víctor García.


Ramón Castro / EFE


En 1979 se hizo cargo de dos temporadas de la dirección del entonces recién creado Centro Dramático Nacional (CDN), donde preparó una programación de María Guerrero, que empezó a nutrirse exclusivamente de autores españoles. En 1986 comenzó a dirigir obras de teatro y óperas como ‘Madama Butterfly’, ‘Electra’, ‘Rigoletto’, ‘La Traviata’, ‘Carmen’ o Turandot. En 1979 se hizo cargo por dos temporadas de la dirección del entonces recién creado Centro Dramático Nacional (CDN), donde preparó una programación de María Guerrero que se nutrió exclusivamente de autores españoles. En 1986 comenzó a dirigir obras de teatro y óperas como ‘Madama Butterfly’, ‘Electra’, ‘Rigoletto’, ‘La Traviata’, ‘Carmen’ o ‘Turandot’. Niega Nuria Espert que tuvo encontronazos con el ego de los cantantes. «No, algunos compañeros cuentan cosas graciosas, pero a mí no me ocurrió. Cuando yo me encargué de la dirección de óperas pocas mujeres se dirigían».

Solo una cosa la ha obligado a bajar del escenario: la depresión. No sabe ni siquiera cómo ocurrió. Fue un «hachazo», algo que la partió en dos y que consiguió superar gracias a los psicofármacos. Ahora tiene activadas todas las alertas. Lectora impenitente, si no le apetece leer es que algo va verdaderamente mal.

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