El diablo venía y resultó que no era así. Lecanemab, el primer fármaco verdaderamente eficaz diseñado específicamente contra el Alzheimer, nació rodeado de la peor polémica posible. El ángel de la esperanza cayó al infierno cuando se descubrió que el preparado había causado atrofia … cerebro a algunos de los afectados, justo lo contrario de lo que se buscaba. La muerte sospechosa de dos de los más de 1.700 voluntarios que participaron en el ensayo del fármaco acabó avivando aún más las llamas del infierno.
Una cumbre celebrada en Bilbao con los principales neurocientíficos de Europa reveló en la primavera del año pasado la división que generó la preparación entre los expertos. Frente a quienes defendían el valor del primer medicamento capaz de hacer frente a la enfermedad estaban quienes se basaban en sus limitaciones para defenestrarla. Era algo contra nada, pero la esperanza estaba teñida de sombras.
La división inicial entre la agencia estadounidense de medicamentos (FDA) y la europea tampoco ayudó mucho. La institución del país de las barras y las estrellas decidió apostar por lo que hay y autorizó su uso. A partir de ahí, las asociaciones de profesionales y pacientes de Europa se levantaron y obligaron a la EMA a cambiar de ritmo. Con condiciones, pero adelante. «En medicina siempre pasa así, el primer fármaco nunca es perfecto. Luego, poco a poco, va mejorando y acaban apareciendo otros cada vez más cómodos y eficaces”, reflexiona la especialista Raquel Sánchez del Valle, coordinadora del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Teniendo esto en cuenta, este periódico analiza la forma en que actúa el nuevo preparado para mejorar la calidad de vida de los pacientes.
El villano es ahora un héroe llamado a poner el primer freno a la más común de las demencias. Para el año 2050, en apenas 25 años, que es nada, se espera que los afectados por enfermedades neurodegenerativas en el mundo se multipliquen por tres. Los 57 millones de ciudadanos del planeta perjudicados por ellos aumentarán a 153 millones. O quizás no… Quizás lecanemab y sus hijos lo prevengan. Los primeros de ellos están a punto de nacer.
El nacimiento de la demencia
Las responsables de la enfermedad de Alzheimer son dos proteínas absolutamente necesarias para el buen funcionamiento del cerebro. Se llaman tau y beta-amiloide o simplemente amiloide. El que tiene nombre de equipo de baloncesto, el principal órgano del sistema nervioso central tiene una misión clave. Mantiene una «red de tubos» (estructura microtubular, como se le llama) que favorece la comunicación entre las neuronas. Además, contribuye a la generación de nuevas células y las protege de la muerte. El cerebro lo necesita.
También beta-amiloide. La función de este último es fundamentalmente reparar el daño cuando se sufre un trauma cerebral, por pequeño que sea… Hasta que se desata un desastre en cadena. No se sabe muy bien por qué, en un determinado momento de la vida, la generación de ambos comienza a multiplicarse de forma desordenada. La acumulación de proteínas tau genera ovillos neuronales y placas amiloides. «Es una acumulación de acontecimientos que comienza muchos años antes de que el paciente presente síntomas», explica gráficamente Raquel Sánchez del Valle.
Causa o consecuencia del Alzheimer, ambos fenómenos se convierten en factores definitorios de la enfermedad. El cerebro del paciente comienza a nublarse. Aparece el primer olvido. No es que no recuerdes dónde quedaron las llaves. Es que, de repente, te desorientas en casa o te olvidas de que ha nacido tu nieta. «¡Y no me has dicho nada!»
Cómo funciona lecanemab
Lecanemab es una proteína (anticuerpo monoclonal) diseñada en laboratorio, que actúa contra una de estas dos proteínas, la beta-amiloide. Activa el sistema de defensa contra ellos y consigue eliminar del cerebro las placas proteicas que lo dañan. Su degradación y completa eliminación son luego encargadas por el equipo de limpieza celular del cuerpo humano (macrófagos), que devoran los restos.
«Digamos para que se entienda que actúa como si fuera un disolvente de grasas», detalla el especialista. El fármaco sólo retrasa los primeros síntomas del Alzheimer durante unos meses. Sólo se recomienda su uso, por tanto, en las fases iniciales. ¿Por qué no más tarde? «Porque hoy no tenemos los medios para restablecer la comunicación rota entre las neuronas», explica el neurólogo de la SEN. «Ahora tenemos algo que previene el daño inicial, no que corrige los efectos de mantener ese daño durante años. «No podemos resucitar neuronas muertas».
Efectos secundarios y controversia.
El nuevo preparado actualmente es de aplicación por vía intravenosa, lo que requiere su administración únicamente en hospitales. No es el mayor problema. Su uso puede provocar dos fenómenos graves en un número reducido de pacientes, entre el 2% y el 3%, que pueden controlarse. Uno de ellos es la inflamación, que es la respuesta natural del sistema inmunológico para localizar y reparar daños. Cuando esta restauración no es factible, la inflamación se vuelve crónica; lo cual es una señal de daño en el ADN y riesgo de enfermedades complejas, como el cáncer. En el caso del cerebro es una puerta abierta a la demencia. «Imagínate que estás limpiando una sartén. El estropajo quita la grasa, pero si te excedes la rayarás.
Este riesgo del 2% o 3% también incluye el sangrado, es decir, un derrame cerebral. Para evitar uno u otro, la guía de práctica clínica desarrollada para el uso de lecanemab propone la realización de una serie de resonancias magnéticas por protocolo, que permitirán detectar a los pacientes de riesgo y reacondicionar la terapia. «Si vemos que ocurren, podremos actuar lo antes posible».
¿Y ahora qué?
¿Vale realmente la pena un fármaco que sólo puede utilizarse durante un período de tiempo en una fase temprana de la enfermedad? Aunque a primera vista pueda parecer una contradicción, la respuesta es un rotundo sí. No sólo porque tener un primer medicamento abre las puertas al desarrollo de otros mejores. Frente al VIH/SIDA, por ejemplo, la triple terapia antirretroviral que salvó la vida de los infectados en 1996 obligó a muchos pacientes a tomar entre 15 y 20 pastillas al día. Hoy el panorama es radicalmente diferente. Está a punto de aparecer un tratamiento que consiste en una única pastilla que se toma una vez al año.
En el futuro, el desarrollo de lecanemab, en la línea de este ejemplo, podría permitir no sólo un diagnóstico precoz de la enfermedad, sino también evitar que la enfermedad evolucione a fases más avanzadas. No es una idea tan loca. Ahora es posible la detección en sangre mediante análisis de proteínas tau y amiloides. «Otra cosa es que en general no es recomendable, porque hoy no podemos hacer nada; pero ¿y si podemos detener la enfermedad? El rompecabezas es complejo y quedan muchas incógnitas por resolver. Por ejemplo: ¿lecanemab o alguno de sus ‘hijos’ actúa sobre la proteína tau? U otras aparentemente más sencillas: ¿qué problemas de memoria son atribuibles al Alzheimer? El paso está dado. Parafraseando a Neil Armstrong tras llegar a la Luna, de momento puede parecer pequeña para los pacientes, pero quizás sea grande para la humanidad.