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¿Puede Israel destruir completamente a Hezbolá?

¿Puede Israel destruir completamente a Hezbolá?

En los últimos días, Israel ha lanzado una serie de ataques en un intento de decapitar definitivamente la rama militar de Hezbolá. Se trata de la mayor ofensiva registrada desde la guerra de 2006 y ha causado, en un solo día, más de 500 muertos, una cifra no vista desde el fin de la guerra civil libanesa en 1990. Como resultado del lanzamiento masivo de misiles, miles de civiles libaneses se han visto obligados a abandonar sus hogares en el sur del país y la zona de Beqaa, dos regiones de mayoría chií.

Desde los ataques del 7 de octubre, Israel y Hezbolá han estado enfrascados en una guerra de desgaste sin un claro vencedor. Sin embargo, en las últimas semanas el equilibrio de poder ha cambiado drásticamente tras una serie de ataques de precisión israelíes contra los principales líderes de la milicia chií.

El 30 de julio fue asesinado Fuad Shukr, el número dos de la organización, y el 20 de septiembre le tocó el turno a Ibrahim Aqil, el jefe de operaciones, mientras se reunía con una decena de comandantes de la unidad de élite Redwan. Unos días antes, la explosión sincronizada de miles de dispositivos móviles había matado a 37 personas y herido a más de 3.000. Como resultado de estas acciones, la cadena de mando de Hezbolá ha resultado gravemente dañada y sus capacidades militares severamente limitadas.

El gobierno israelí parece creer que ha llegado el momento de dar vuelta la página del ciclo de acción-reacción y lanzar una amplia operación para destruir a Hezbolá. Con la Franja de Gaza arrasada, Israel cree que tiene vía libre para abrir un nuevo frente en el Líbano. La pasividad de la comunidad internacional ante la destrucción de Gaza y el genocidio de su población ha sido interpretada por el gobierno de Netanyahu como un cheque en blanco. Aunque se trata de una decisión no exenta de riesgos, existe un amplio consenso en el seno de la escena política israelí sobre la necesidad de aprovechar la evidente debilidad de Hezbolá para asestar un golpe decisivo.

De cara a las próximas semanas, no debemos descartar una «gazificación» del Líbano o al menos de algunos de sus territorios, especialmente aquellos en los que la milicia de Hezbolá tiene una mayor presencia, como las provincias del sur, el valle de la Beqaa o el suburbio de Dahiye en Beirut.

Es de esperar que los ataques no sean quirúrgicos ni limitados y que se repitan las mismas masacres que se registraron en Gaza durante el año pasado. Hay que recordar que fue en la guerra de 2006 cuando Israel puso en práctica por primera vez la Doctrina Dahiye, promovida por su jefe de Estado Mayor, Gadi Eisenkot, que, en sus propias palabras, tenía como objetivo “aplicar una fuerza desproporcionada y causar grandes daños y destrucción: no hay necesidad de distinguir entre aldeas civiles y bases militares”.

En los últimos meses, los principales funcionarios políticos y militares de Israel han recurrido a una retórica belicosa cada vez más preocupante. El ministro de Educación, Yoav Kisch, dijo recientemente que “no hay diferencia entre Hezbolá y el Líbano” y que “el Líbano será aniquilado: no existirá tal como lo conocemos”. Mientras tanto, el ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha amenazado repetidamente con devolverlo “a la Edad de Piedra”, diciendo: “Lo que hemos hecho en Gaza, lo podemos hacer en Beirut”.

Algunos analistas creen que el objetivo principal de esta retórica es presionar a Hezbolá para que detenga sus ataques, lo que permitiría el regreso de los 80.000 israelíes que se vieron obligados a huir de sus hogares como consecuencia del lanzamiento de cohetes. Otros ven esta escalada como un preludio de una futura desescalada.

En cualquier caso, el ejército israelí parece estar siguiendo el mismo guión que utilizó para intentar justificar la estrategia de tierra arrasada aplicada en Gaza. Un alto oficial militar ha señalado que “Hezbolá utiliza sus aldeas, incluidas mezquitas, hospitales, clínicas o escuelas como lugares para lanzar cohetes y misiles contra civiles israelíes”, de modo que estos lugares tienen todas las posibilidades de ser considerados objetivos legítimos por el ejército israelí.

Si estas amenazas se cumplen, no será la primera vez que Israel invade el Líbano: lo hizo en 1982 para intentar destruir la Organización para la Liberación de Palestina y establecer un gobierno títere cristiano que aceptara firmar un tratado de paz. No sólo no logró sus objetivos, sino que además allanó el camino para el surgimiento de la resistencia islámica, que desde entonces ha ganado un peso considerable en la escena política y ahora es una fuerza hegemónica.

La ocupación militar del sur del Líbano duró casi dos décadas, y las últimas tropas israelíes se retiraron en 2000, dejando tras sí un reguero de muerte. En 2006, Israel lanzó una nueva ofensiva contra Hezbolá, que se cobró más de 1.100 vidas y destruyó una parte importante de la infraestructura civil, pero no logró destruir a Hezbolá, que todavía goza de un importante apoyo en la sociedad libanesa.

El gobierno israelí puede estar cometiendo un enorme error de cálculo al subestimar las capacidades de Hezbolá y al interpretar a la milicia chií como un gigante con pies de barro que, tarde o temprano, acabará derrumbándose como consecuencia de la estrategia de máxima presión a la que está sometido.

Hezbolá es mucho más que una milicia armada y, en sus cuatro décadas de existencia, ha logrado construir un Estado dentro del Estado. Su presencia en el Parlamento es clave para garantizar la gobernabilidad del Líbano y sus redes de beneficencia proporcionan servicios esenciales a gran parte de la comunidad chií, uno de los eslabones más débiles de la heterogénea sociedad libanesa.

Tras sufrir una serie de golpes sin precedentes, Hezbolá no parece querer aumentar las tensiones ni entrar en una guerra abierta con Israel que también podría llevar a la destrucción del Líbano. Por ahora, su máxima prioridad es tratar de recuperarse de las pérdidas sufridas y asegurar su propia supervivencia en un contexto regional extremadamente adverso.

Hezbolá es plenamente consciente del limitado margen de maniobra de sus aliados del Eje de la Resistencia, ya que Irán no parece interesado en un enfrentamiento frontal con sus enemigos tradicionales y las milicias chiítas de Yemen, Irak o Siria disponen de pocos recursos para enfrentarse a un Israel envalentonado que, por otro lado, goza del apoyo inquebrantable de Estados Unidos.

Ignacio Álvarez-Ossorio es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor de ‘Gaza. Crónica de una Nakba anunciada’ (Catarata, 2024).

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