Es un día normal en la semana extraordinaria de San Mateo. Saco el móvil y encuentro un vídeo de Nuevas Generaciones del PP de Oviedo. Un joven, micrófono en mano, pasea por la Bombé preguntando a la gente su opinión sobre las fiestas. «Otra cosa en la que resulta que la gente que contesta está totalmente de acuerdo con quien pregunta», pienso. Me equivoco. La selección de vecinos dice echar de menos los conciertos gratuitos, la Catedral y los chiringuitos. ¿Por qué han publicado ese vídeo? La izquierda siempre se ha quejado de no ser tan disciplinada como los conservadores.
Es un ejemplo que invita a la reflexión. Aunque fue un Gobierno del PP el que revirtió un modelo que había demostrado ser exitoso durante casi cuatro décadas, también fue el PP el que lo mantuvo y reformó sin atacar su núcleo esencial.
Es evidente, se huele en la calle, la nostalgia es una aguja con un hilo en el ojal. Nos atraviesa independientemente de que seamos de izquierdas, de derechas, de Osasuna o trekkies. Fue ese hilo el que unió a doscientas personas que llenaron las calles de Oviedo hace dos años ante el “peor San Mateo de la historia”. Pero la nostalgia también es un veneno que, en grandes dosis, puede arrastrar al contagiado a un profundo estado de distimia e indiferencia generalizada. Nadie se fiaría de un conductor que solo mira por el retrovisor. Solo el futuro es ilusionante, porque nos recuerda nuestra condición de homo fabernuestra capacidad de transformar y dominar el flujo descontrolado de la historia.
Como escribió Ángel González, ayer es ese “día incomparable que nadie volverá a ver en la tierra”. El San Mateo que (¿casi?) todos amamos y conocimos no volverá, como la Costa Brava o las toallas promocionales de Coca-Cola. La disposición actual de las casetas de playa —aquí nadie admite un error ni aunque le metas un palillo bajo las uñas— estará vigente durante los próximos tres años. Pero eso no debe hacernos desesperar a quienes, como yo, pertenecemos al bando del disfrute, que creemos que las terrazas son la antítesis de la fiesta y que pelearse por una mesa no es síntoma de éxito, sino de la decadencia de Occidente.
Para diversión y deleite del lector que ya ha llegado hasta aquí, me gustaría introducir esta imagen: De nada nos servirá agarrarnos apasionadamente en el aeropuerto y decirnos “Siempre nos quedará Pinón Folixa”, marcharnos despreocupadamente y decirnos “Tócala otra vez, Álvaro Bárcena”. Pero ahora volvamos a lo que nos ocupa: el futuro.
Si no nos gusta la Catedral, lo tenemos fácil: en 2025 La Vega pasará definitivamente a ser de Oviedo.
Necesitamos urgentemente mirar al mañana como Miguel Ángel -no Ángel Miguel- al bloque de mármol y, como el escultor, ser capaces de hacer surgir de la posibilidad un futuro que nos ilusione. Esto se puede aplicar a todo, pero he venido a hablar de San Mateo y de la necesidad de tejer una alternativa que recupere los espacios colectivos y populares, que recupere la diversidad de las fiestas que las hacían más interesantes para todos y, necesariamente, atraían a más gente. Más allá de los grandes cambios que podrían venir una vez que termine este cuatrienio, como revertir la dispersión hacia el Oeste que transforma el Campo San Francisco en un recinto ferial, quienes apostamos por un modelo diferente deberíamos empezar a plantear cambios factibles para las próximas ediciones de San Mateo.
Lo primero sería volver a tener una oferta gratuita y continuada de música en directo en el centro de la ciudad. ¿Hace falta explicar los beneficios de esta medida? Por favor, buscad en Google “WarCry Concert La Catedral Oviedo”. Pues no os yendo muy lejos y mirad cómo fue este año con orquesta la noche de San Xuan. De hecho, ¿qué demonios? Más de cerca, mirad cómo fue La Escandalera con El Arrebato. Resulta extraño el elogio de los conciertos gratuitos en el centro y la apuesta decidida y privilegiada por un modelo de pago y privatizado en un barrio periférico.
Si no nos gusta la Catedral, lo tenemos fácil: en 2025 La Vega será definitivamente de Oviedo. 122.000 m2 a disposición del consistorio, con espacio de sobra para no molestar al vecindario y para dar seguridad al recinto, con la exitosa experiencia de cuatro ediciones del festival VESU organizado por la misma Fundación Municipal de Cultura. La Fábrica de Armas tiene otro beneficio similar. Si la Bombé y la Herradura son una tela de araña para el público que vuelve al centro desde La Ería, el público de los conciertos en La Vega acabaría directamente en los locales y plateas del Antiguo, un barrio terriblemente golpeado por el cambio de modelo festivo que desconcentró la oferta de ocio antes concentrada en sus calles, como cuando los Isótopos se llevaron a Alburquerque.
No se trata de ser de izquierdas o de derechas, o más bien de defender un espacio de encuentro en el que nada de eso importaba y el tío más derechista que pudieras encontrarte se tomaba un mojito en el Rincón Cubano, y los de Podemos se comían un bocata de calamares en La Guinda, y la abuela bebía sidra con sus nietos en el Pinón Folixa, y los del Sporting… bueno, iban a la Asociación de Vecinos de Sograndio, para que no haya que pasarse. Se trata de no tener que gastarse 70 euros en ir a dos conciertos y tener que elegir entre música en directo o tomar una copa. Se trata de imaginar el futuro y transformar la realidad. Al final, se trata de recuperar nuestra ciudad (“y reparar esta tristeza”).