Varias botellas de vino se envuelven en papel de aluminio y plástico negro. Esta vez la cata a ciegas de los ‘Martes del Vino’ gira en torno a seis elaboraciones diferentes que cada uno de los integrantes de este grupo de pequeños productores de la Sonsierra ha traído para un nuevo juego de adivinanzas. Las únicas pistas a la vista son el color, el aroma en nariz y el sabor en boca. A partir de ahí, toca hacer apuestas para desentrañar al detalle estos vinos. Eso sí, con criterio riguroso y bien argumentado. Entre descorche y descorche es inevitable no hablar del tema que a todos preocupa en estas fechas. Ricardo Fernández, de Bodegas Abeica, es el primero que ha empezado a cortar algunas uvas en Ábalos, pero poco a poco se han ido sumando a la tarea otros compañeros como Vicky Fernández y José Gil o Miguel Eguíluz, de Cupani. A otros aún les quedan unos días para sacar las cajas al campo.
Todos coinciden en que está siendo un buen año para sacar calidad, con una producción en general escasa. Lo que está claro es que va a ser mejor que el anterior, que azotó sus viñas con un par de granizadas. Pero este 2024 se ha portado y ha acertado con las últimas lluvias que ha dado durante este mes de septiembre, dando como resultado una uva muy sana en la que apenas ha habido necesidad de seleccionar. Sin embargo, todos coinciden en que «este año hemos visto más viñas descuidadas y eso es una pena». «Buenas viñas, además, que se han acabado vendimiando en verde. Pero también te encuentras algunas viñas con más de 10.000 kilos por hectárea y eso tampoco puede ser». Las consecuencias de la inestabilidad del sector vitivinícola que también golpeó a una de las zonas más reputadas de la DOCa Rioja.
“El problema es que hasta ahora todo ha funcionado, pero todos estos arreglos de cosecha verde y destilación que se están poniendo en marcha suponen ir hacia atrás porque dependes de las administraciones y eso, al final, acaba siendo insostenible. ¿Por qué tiene que pagar todo el mundo esta fiesta?”. Una fiesta de la que, aseguran, se están aprovechando algunas de las grandes bodegas. “Ya se sabe, cuando las aguas están revueltas, los pescadores se benefician. Hay empresas que, aunque tengan superávit, se benefician de la situación y abaratan aún más la uva porque al final, los grupos inversores ya han entrado en estas bodegas y lo único que ven son números intentando generar mucho dinero, pero no se dan cuenta de que detrás de la uva que compran hay familias”.
Pero no todo pinta mal. De hecho, Miguel Merino apunta que “Rioja no pasa por un mal momento, lo que pasa es que ha bajado mucho el consumo de vino de gama baja mientras que la superficie de viñedo ha crecido enormemente en los últimos años en esta denominación. Pero si lo haces bien, la gente sabe valorarlo”. En este sentido, el elaborador de Briones destaca que el éxito conseguido es que el vino se ha convertido en un producto para todos, más divertido y sin tantos tecnicismos que puedan alejar al consumidor. “Antes, el vino era una bebida para padres porque los niños no lo probaban y hemos conseguido cambiar eso, así que creo que volver a meter el vino en un sector más elitista sería un error. Además, también es positivo el increíble cambio que se ha producido en cuanto a las preferencias de los distribuidores y es que cada vez llenan su portfolio con más referencias de Rioja cuando antes solo podían llevar un tipo de vino de esta denominación”.
Ricardo coincide, y es que encontrar importadores es “una auténtica carrera de fondo que hay que hacer poco a poco”. Si antes era más habitual hacer contactos asistiendo a ferias y eventos del sector, ahora todos coinciden en que es más efectivo a través del boca a boca y gracias a las recomendaciones de amigos y terceros. “Es cierto que ahora el distribuidor puede coger menos vino, pero se lleva buenas botellas, de mayor valor y de distintos productores porque quiere más variedad”, comenta mientras descorcha otra botella sin quitar el plástico negro y procede a llenar las copas para continuar con la cata a ciegas.
Iván Sánchez, sumiller del restaurante Venta Moncalvillo, es un buen ejemplo de ello. Este joven de raíces valencianas conoce al dedillo las tendencias de consumo y la percepción que tiene el cliente final de este aluvión cada vez más abundante de variedades de vino en Rioja: “Todas las bodegas que elaboran vinos de calidad han aumentado sus ventas en valor y en la restauración, por ejemplo, notamos cómo vamos perdiendo ese segmento bajo o medio de vinos mientras vendemos cada vez vinos más caros. El cliente internacional, de hecho, pregunta si no hay vinos de mayor precio en la carta”.
“Esa es la tendencia hacia la que vamos. El mercado se está polarizando y cualquier bodega pequeña o mediana que quiera competir en precio con el transatlántico acabará cayendo porque no ofrece un buen nivel de calidad y no tiene el nombre de las grandes bodegas”, añade Álvaro Loza, otro de los habituales de este grupo que en este caso procede de Haro. Entre tragos y aromas, el resto de voces de la mesa aseguran que “el precio del vino va a ser un colador natural porque la gente bebe cada vez menos pero bebe mejor”. Y eso, sin duda, beneficia a estos pequeños productores. “Y también beneficia a Rioja”. Una conversación que desemboca en el debate que existe en torno al calimocho y si se debe preparar con buen vino o mejor con un vino de pelea, de esos que necesitan otra bebida externa para ser al menos bebible. Pues bien, no hay dudas de que merezca la pena en esta mesa ni hay opiniones dispares: “Cuanto mejor sea el vino, mejor será el calimocho”. “Prefiero pagar un euro más por el calimocho si me van a servir un buen vino”. “Si es la manera de acercar al público más joven al consumo de vino, hay que aprovecharla”.
El relevo generacional en el sector vitivinícola, creen, pasa por crear un espacio a modo de vivero de empresas, pero en este caso para pequeños productores con recursos limitados que puedan compartir servicios como un pabellón o almacén o un centro logístico de embotellado. “Tener una planta embotelladora ahora mismo es complicadísimo porque supone un sobrecoste importante, teniendo en cuenta el registro de embotellado. Hay camiones que vienen a embotellarte, pero si tienes poca cantidad, no les sale rentable o te sale más caro. Pero eso es distinto si se unen varios productores”, señala Loza. “Y yo acotaría en el tiempo ese espacio común. Utilizarlo, por ejemplo, unos cinco años para coger la suficiente confianza, tener un guía que te asesore en el tema de burocracia y funcionamiento, y después volar en solitario y emprender por tu cuenta”, añade Eguíluz. “La creación de estos centros es donde deberían centrarse las subvenciones, en lugar de dar dinero para la reestructuración de viñedos, por ejemplo, gracias a lo cual se han perdido tantas viñas viejas. Es necesario que alguien invierta en este tipo de espacios porque es difícil que un productor individual asuma una gran inversión para iniciar su proyecto”, afirma José.
“¿Por qué no puede haber cinco jóvenes en cada pueblo de esta denominación que apuesten por el sector del vino? Si hay viñedos y hay ganas de hacer las cosas bien, creo que se podrían crear más proyectos pequeños y que estos se pudieran agrupar, compartiendo servicios como una despalilladora o una prensa”, se pregunta Merino. “Si es posible, se puede hacer. Pero también es cierto que para ser emprendedor hay que tener valentía y no todo el mundo nace para gestionar una empresa ni quiere asumir esa responsabilidad. También hay gente que quiere apostar por ello pero no quiere pasar por el proceso de empezar de cero, desde abajo, buscando puntos de venta, distribuidores,… Quieren tenerlo todo hecho ya y en este trabajo hay que salir a la calle y hacerse un hueco propio. Además, hay que tener claro que hay que ir poco a poco, porque pasará mucho tiempo hasta que esto empiece a dar beneficios reales”, apunta Vicky.
Desde su punto de vista, reconoce que tienen una responsabilidad como grupo de pequeños productores que han dado el salto en este sector y así pueden servir de ejemplo y motivación para los que vengan detrás y quieran emprender su propia aventura. Ahora otros se fijan en ellos, en sus producciones, en sus modelos de negocio. Ahora otros les piden consejo y referencias porque saben que están abriendo un camino. “La suerte de los que han empezado en los últimos años es que nadie se plantea salir al mercado con un vino de 3 euros. Aunque primero hayan salido con 1.000 o 2.000 botellas, han decidido empezar desde un segmento de precio más alto donde se revaloriza la calidad”.