Donald Trump ahora vuelve a ser presidente. El día de su investidura fue completamente insólito. Se celebró dentro del Capitolio por primera vez desde 1985, aunque el día resultó no ser tan frío como se esperaba inicialmente. Trump, sin embargo, no se resignó a quedarse sin su pequeño baño de masas. Antes incluso de llegar a la Casa Blanca, se detuvo en el Capital One Arena, un estadio cubierto, para presenciar un desfile militar y firmar sus primeros decretos mientras más de 15.000 de sus seguidores lo vitoreaban. Trump demostró en su primer día en el cargo que llega con espíritu vengativo. Derogó más órdenes ejecutivas de Biden de las que aprobó las recién redactadas. Tomó decisiones importantes que demuestran que Estados Unidos le da la espalda al multilateralismo y está dispuesto a poner a prueba las costuras constitucionales de la democracia estadounidense desde su primer día en el poder.
Trump prestó juramento a las 12.02, dos minutos después del mediodía, hora a la que constitucionalmente se produjo el cambio de poder. Ocho minutos después iniciaba su discurso de investidura. Es una ocasión en la que los presidentes intentan dejar huella, dar un mensaje inspirador. Aunque Trump incluyó algunas frases prefabricadas y optimistas, su discurso no fue nada inspirador. En ocasiones consistió en la presentación de sus medidas específicas. En otros, se explayó sobre la descripción apocalíptica poco realista de Estados Unidos como un país al borde de la desaparición, cuando en realidad su economía es la envidia del mundo, la delincuencia ha disminuido significativamente e incluso el flujo migratorio descontrolado se ha detenido.
Trump se presenta como el salvador de Estados Unidos, como el libertador, como la persona que va a convertirlo en un país independiente y soberano, como si no lo fuera. Salvó la vida en el atentado de julio, según su versión, porque Dios quiso que volviera a hacer grande a Estados Unidos, presentándose como un elegido divino sin la menor vergüenza. Proclamó el comienzo de “una edad de oro” en Estados Unidos, sin interrupción de la continuidad. La decadencia ha terminado. Del apocalipsis a la edad de oro en un minuto, sólo porque vuelve a ocupar la Casa Blanca.
El republicano sabe que debe gran parte de su victoria en las urnas a la inflación (un fenómeno global) y a la inmigración irregular. Convirtió la xenofobia en el eje de su campaña, repitiendo el manual que lo llevó por primera vez a la Casa Blanca. Muchos de los decretos que aprobó en su primer día tienen como objetivo combatir la inmigración ilegal. Con Biden como presidente, Trump presionó a los senadores de su partido para que retiraran su apoyo a una legislación para abordar el problema. Prefirió que no se solucione y aprovecharlo electoralmente. Aun así, las medidas aprobadas por Biden en el último tramo de su mandato han conseguido reducir los cruces ilegales a un nivel inferior al que tenía cuando Trump estaba en el cargo. Pese a ello, una de sus primeras medidas ha sido declarar una emergencia en la frontera y un aluvión de otras medidas restrictivas, incluidas algunas destinadas a facilitar las deportaciones.
No ha tomado ninguna medida contra la inflación, ya que es un problema que también está resuelto en su mayor parte, aunque no del todo. Lleva seis meses por debajo del 3%, pero aún no ha alcanzado el objetivo de estabilidad de precios del 2%. La otra emergencia que ha declarado Trump es la energética, en momentos en que Estados Unidos está batiendo récords de producción de crudo. Aprueba medidas para relajar las protecciones ambientales en favor del petróleo crudo, al tiempo que pone obstáculos a la energía eólica marina. Las compañías petroleras ya han comenzado a publicar anuncios en televisión agradeciéndoles sus políticas.
Como parte de su repudio a la agenda verde, ha decidido eliminar regulaciones para que los coches sean menos contaminantes. Además, retirarse del Acuerdo de París para limitar las emisiones. Al mismo tiempo, como muestra de su nacionalismo populista y su abandono del multilateralismo, abandonó la Organización Mundial de la Salud y renunció al acuerdo de la OCDE para imponer un impuesto mínimo a las multinacionales.
Trump también reivindica la victoria en la guerra cultural. Romper con las políticas de igualdad, diversidad e inclusión, y con cualquier medida de discriminación positiva para abordar la marginación racial sistémica que sufre Estados Unidos. Castiga a los empleados públicos empeorando sus condiciones laborales y suprimiendo el teletrabajo.
El presidente, además, llega al poder sin complejos, sabiendo que, gracias al Tribunal Supremo, tiene inmunidad penal por actos en el ejercicio de su cargo. No parece dispuesto a andarse con rodeos. Una de sus órdenes consecutivas, la relativa a TikTok, ordena directamente al fiscal general y al Departamento de Justicia no hacer cumplir la ley (¿sería eso una prevaricación en España?). Otro, sobre el derecho a la ciudadanía por nacimiento, rompe con lo que ha sido la interpretación sistemática de la Decimocuarta Enmienda de la Constitución.
Pero si quedaba alguna duda de que el respeto a la Constitución no es lo que define a Trump, basta recordar el asalto al Capitolio hace cuatro años y el indulto general concedido a todos los condenados, procesados e investigados por ese atentado a la democracia.
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