Ursula von der Leyen se enorgullece de haber llegado a tiempo con su propuesta para el colegio de comisarios, a pesar de que los candidatos que le presentaron los Estados miembros de la UE no respondían a sus ideales. La frialdad y la mala gestión de la alemana quedaron claras con el portazo del francés Thierry Breton, su ex comisario de Mercado Interior, que dimitió tras saber que von der Leyen estaba maniobrando con Emmanuel Macron para sustituirle. Sin embargo, el problema central de su nuevo colegio sigue siendo su desequilibrio con lo que los europeos votaron en las elecciones de junio, especialmente en la cuestión crítica del ritmo de la transición ecológica y sus efectos económicos. Von der Leyen nunca expresó ninguna autocrítica sobre el «Pacto Verde», al que se culpa del crecimiento de las fuerzas de extrema derecha y del declive de los ecologistas. Esto se reflejará cuando defienda su propuesta ante el Parlamento Europeo y los comisarios tengan que pasar por el proceso de audiencia. Una de las decisiones incomprensibles de Von der Leyen ha sido proponer a Teresa Ribera, vicepresidenta segunda de Pedro Sánchez y ministra de Transición Ecológica y Retos Demográficos, como vicepresidenta ejecutiva para una Transición Limpia, Justa y Competitiva. Ribera, que ha hecho de su oposición a la energía nuclear y de la lucha contra el cambio climático su religión, representa precisamente el tipo de fanatismo político que ha llevado a la UE a poner en peligro sus fortalezas económicas. El título dado a su cargo ya representa lo que los activistas climáticos consideran un ‘trilema’, pues para ellos no puede haber descarbonización si hay demasiadas preocupaciones sobre la competitividad económica o si no se hacen los sacrificios humanos adecuados por la naturaleza. Esta perspectiva, como ha demostrado el reciente informe de Mario Draghi, está convirtiendo a Europa en un actor subordinado del comercio y la política mundiales. En la carta personalizada con la que Von der Leyen confía el puesto a Ribera le encarga que trabaje en coordinación con el vicepresidente ejecutivo de Prosperidad y Estrategia Industrial, el liberal francés Stéphane Séjourné, y el comisario de Clima, el holandés Wopke Hoekstra. “Juntos responderemos a las preocupaciones y expectativas reales y legítimas que los europeos expresaron en las últimas elecciones”, escribe el alemán. Este último nombramiento supone otra de las inconsistencias de Von der Leyen. Hoekstra, democristiano, trabajó como agente comercial de la petrolera Shell y provocó la caída de su Gobierno al hacer la vista gorda ante el escándalo en el que miles de familias inmigrantes fueron acusadas de cometer fraude con las ayudas a sus hijos. Al parecer, la presidenta de la Comisión Europea, atada por las restricciones de la paridad, no ha sido capaz de encontrar otros perfiles que los de un ecologista fanático o un exempleado de las petroleras. Pero la principal tarea encomendada a Ribera es rehacer la hasta ahora poderosa cartera de Competencia Europea que ocupa Margrete Vestagher y en su día ocupó Joaquín Almunia. La presencia de Ribera supone una garantía para Pedro Sánchez de que ni la incursión de su Gobierno en el capital de la empresa privada Telefónica, ni el rescate de Air Europa ni el bloqueo de la opa de la húngara Magyar Vagon sobre Talgo serán cuestionados desde Bruselas por el disciplinado militante socialista, que gritó «¡No pasarán!» en un mitin en Benalmádena, evocando el eslogan más famoso de la izquierda comunista en la Guerra Civil.
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