Las perspectivas que arroja la revisión al alza del Instituto Nacional de Estadística, con un PIB un 2,5% superior a las estimaciones iniciales, obligan a replantear el diagnóstico de las fortalezas y debilidades de la economía española. Una mirada al espejo europeo aporta algunos datos relevantes a este respecto.
Considerando en conjunto los últimos cuatro años, el PIB español creció un 3,6%, prácticamente igual que la media de la Eurozona (3,5%). Sin embargo, este resultado esconde dos periodos diferentes, uno marcado por el impacto de la pandemia, que fue más dañino en nuestro país, y otro tras la guerra en Ucrania: desde entonces, el crecimiento ha sido sistemáticamente superior a la media europea, con una brecha que incluso se ha ampliado. Así, mientras la economía europea da síntomas de estancamiento, con ligeros repuntes seguidos de recaídas, la nuestra consolida su avance (las próximas estimaciones trimestrales podrían obligarnos a matizar el perfil temporal, pero sin alterar la tendencia de fondo).
De todo ello se deduce que la crisis energética ha tenido un impacto menor que en los países de nuestro entorno, bien por la disponibilidad de fuentes de energía alternativas a un precio asequible, bien por el reducido peso de la industria. En cualquier caso, el comportamiento de la economía española, tal y como la conocemos hoy, es coherente con la llegada de un shock positivo de competitividad cuya fuerza no ha sido correctamente apreciada. Esta visión de excepcionalidad es coherente con la acumulación de superávits externos, en particular en lo que se refiere al comercio con el resto de la Unión Europea.
Otro factor diferenciador es la política presupuestaria. El consumo público explica 2,5 puntos del crecimiento (casi el 70% del crecimiento del PIB registrado entre 2019 y 2023), lo que constituye una de las principales razones de la revisión por parte de los expertos estadísticos. Sin duda, la situación económica, más favorable de lo inicialmente previsto, no habría requerido un estímulo fiscal tan potente. Es decir, dado lo que ahora sabemos sobre la intensidad de la recuperación, un mayor esfuerzo de saneamiento de las cuentas públicas habría sido aceptable.
Por otra parte, se confirma la debilidad de la inversión, con una contribución negativa al PIB en comparación con el ligero repunte registrado en Europa. Un resultado así sorprende, teniendo en cuenta el tirón de la demanda, el bono de competitividad internacional y el beneficio extraordinario de los fondos Next Generation. Además, los datos revisados sugieren una desaceleración en los dos últimos años, tanto en términos de inversión en vivienda como de bienes de equipo. Existe, por tanto, el riesgo de que el déficit de inversión productiva se vuelva crónico: en ausencia de nuevas iniciativas políticas, será difícil resolver el déficit de vivienda o acelerar la adaptación del aparato productivo a los desafíos globales y medioambientales que se avecinan. Estamos considerando un recorte adicional de los tipos de interés, y esto ayudará, pero es necesario incidir de forma más directa en los obstáculos de fondo que lastran el mercado inmobiliario, como los obstáculos a la promoción del suelo edificable, o las incertidumbres que frenan la inversión en sectores clave como el del automóvil.
Las revisiones tampoco cierran la brecha entre los buenos datos macroeconómicos y la pérdida de poder adquisitivo que perciben muchos. Incluso teniendo en cuenta el ajuste al alza, el consumo privado aún no alcanza el nivel prepandemia en términos de per cápita.
En definitiva, la economía española atraviesa un buen momento económico, pero el impulso no es suficiente para afrontar los principales desequilibrios económicos y sociales. No bastará con dejarnos llevar por la inercia expansiva. Tampoco es concebible un desacoplamiento de la maltrecha economía europea. También vale aquí el implacable diagnóstico del informe de Mario Draghi sobre la economía comunitaria, publicado recientemente.